De Sabinas a la Fama

De Solares y Resolanas

El ilustre médico y científico, Eduardo Aguirre Pequeño fue el propietario del paraje El Salto en General Zaragoza, considerado como el más bello de Nuevo León; hasta que alguien le advirtió de la existencia de otro sitio que bien podía competir en belleza y monumentalidad: el cañón de Santa Catarina, lugar en el cual edificó una casa sobre una sus cúspides en el año de 1949. De esa forma, el originario de Hualahuises se hizo de Santa Catarina. También el ilustre médico don Ignacio Morones Prieto para evitar las grillas y politiquerías, estableció su residencia en la Fama mientras ocupó la gubernatura de Nuevo León entre 1949 y 1952.

Otro joven médico procedente de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, llegó a la antigua congregación de la Fama en 1952 para realizar su servicio social. Ya no se fue. Aquí formó su familia junto con su esposa Beatriz Flores Escobar con quien se casó en 1954: cinco damas y un varón. Algo tenía Santa Catarina que llamaba a personajes ilustres a quedarse, a trabajar y formar un patrimonio. Entre ellos, Ramiro Montemayor Martínez quien nació en 1926 en Sabinas Hidalgo. Fue uno de los hijos del mentor, historiador y formador de generaciones don Francisco Montemayor y Ernestina Martínez Gómez. El primero con raíces en Higueras y la segunda de Cerralvo.

A los cuatro años inició su formación en la escuela primaria de Sabinas. La concluyó a los diez años y quiso matricularse en la escuela industrial Alvaro Obregón de Monterrey, pero no pudo por su corta edad y estatura según como él lo refería tiempo después. Regresó a Sabinas para terminar la secundaria. Esta vez debía definir su proyecto de vida y don Pancho J. Montemayor le sugirió la docencia. Gracias a una beca se traslada a Monterrey en 1940 en donde comenzó sus estudios en la escuela normal Miguel F. Martínez. Tres años después se recibió como maestro, haciendo trabajo magisterial en las escuelas Monumental y León Guzmán, en donde estuvo bajo la dirección del profesor santacatarinense Juan Guzmán y en la fray Pedro de Gante. También incursionó como maestro de secundaria en el colegio Justo Sierra. Entre 1943 y 1946 estudió el bachillerato en la Universidad de Nuevo León y una vez concluidos sus estudios comienza la carrera de medicina de la cual egresó en 1952. Fue fundador del equipo representativo de futbol americano, los Tigres en 1944.

Inmediatamente comienza el ejercicio de su profesión, a la par que la docencia pero ahora en la facultad de Medicina de la Universidad de Nuevo León, en donde dictaba las cátedras de anatomía y neuroanatomía y dirigió el departamento de la misma especialidad en la facultad de Medicina. Fue maestro y médico y sobresalió en ambas disciplinas: en 1972 fue nombrado director de la escuela Normal Superior del Estado de Nuevo León, en 1975 de la facultad de Psicología de la UANL, en 1988 alcanzó el doctorado en medicina, en 1996 fue nombrado maestro emérito de la UANL y recibió tres preseas: la medalla Nuevo León al mérito cívico, la medalla Gonzalitos de parte de su alma mater y la del capitán Lucas García al mérito cívico, reconocimiento que el municipio de Santa Catarina entrega a sus más destacados hijos.

Nunca olvidó el pueblo que lo vio nacer y vivir en Sabinas Hidalgo. Fue parte substancial del lugar que su padre, el profesor Panchito se dedicó a rescatar y a promover. Dicen que su monografía de Sabinas es la mejor que se ha escrito tanto en Sabinas como en Nuevo León, mucho antes de que don Luis González y González dedicara con cariño su estudio dedicado a San José de Gracia, Michoacán, “Pueblo en vilo”. El concibió a su solar nativo como una “aldea”. Concepto que bien entendió y desarrolló el otro sabinense universal, el preclaro Celso Garza Guajardo, quien por cierto fue alumno del maestro Montemayor. Por eso, cuando don Francisco J. Montemayor (1889-1971) pasó a la Casa del Padre Eterno, su hijo Ramiro hizo anotar sobre la lápida de su sepulcro la sentencia: “Señor, he vuelto a mi aldea”.

No tuve el honor de tratar al doctor Ramiro Montemayor. Cada vez que alguien padecía una enfermedad, la gente decía que fueran a consultarle. Le atribuían la cualidad de predecir la vida y la salud, como la enfermedad y la muerte del paciente. Y con su forma de ser, literalmente se los advertía: “tu ya no tienes nada que hacer, mejor vete a arreglar tus cosas”. Así era el doctor Ramiro: su curso de anatomía era considerado el filtro para continuar o truncar los estudios de medicina. He sabido de personas quienes se quejan de que no fueron médicos pues reprobaron el curso del doctor Ramiro, como de aquellos que si se graduaron y llevan en su haber, el orgullo de haberlo tenido como formador y maestro.

De carácter fuerte, pero afable, servicial, sincero, honesto, generoso, franco y sin dobleces, sensible, estricto y exigente. Abuelo de una alumna a la que extraño por ser parte de una notable generación de educadoras egresadas de la Universidad de Monterrey, quienes siempre me colmaron de gentilezas y alegrías. Muchas veces coincidí con él en un restaurante de la Fama, unas veces solo y otras apoyado por su esposa. Siempre lo vi con admiración y respeto.

Este domingo 11 de noviembre, el maestro y doctor Ramiro Montemayor pasó a la trascendencia. Como un ilustre ciudadano y hombre de bien que fue y es, estoy seguro que sus obras, testimonios y legados hablarán por siempre. Santa Catarina perdió otro de sus ilustres médicos, don Ramiro Montemayor.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina