Ramiro Rodríguez Martínez

Alejandro Rosales Lugo y las Palabras Tatuadas

Raíces de mi Tierra

Ramiro Rodríguez MartínezPalabras tatuadas en el lienzo de Alejandro Rosales Lugo. El trazo, el color, la textura, sombras y resplandores: elementos lúdicos con los que el pintor se poetiza con desenfreno en cada letra de su nombre, el hombre que se abre como cofre repleto de tatuajes en las paredes del Museo de Arte Contemporáneo en H. Matamoros, Tamaulipas. La noche del 4 de mayo, 2011, el museo antes mencionado abrió al público la colección del pintor-poeta, poeta-pintor victorense, en su sala de artistas tamaulipecos. Jóvenes universitarios y de instituciones de educación media-superior se dieron cita para conocer de cerca, saludar de mano, establecer un puente tangible de comunicación con el artista de la plástica y la palabra.

Entre los rostros conocidos: Martha Saldívar, directora del Mueso Casamata; Elba Macluf Lajud, miembro de la asociación Amigos del Museo Casamata; Florinda González de Pérez, directora del Festival Internacional de Otoño; Rosaura Dávila de Cuéllar, profesora de Matamoros; Juan Manuel Mendoza Zúñiga, catedrático y periodista; Onésimo Gallardo, pintor; José Luis Cuéllar Ornelas, profesor de Matamoros; Rafaela Chávez, directiva de la UTM; Overlín Montelongo, directivo de la Preparatoria Lic. y Gral. Juan José De la Garza; Juan Antonio González-Cantú, escritor y catedrático de UTB/TSC; Conchita Hinojosa, escritora y profesora de Matamoros; Joaquín Peña Arana, escritor y periodista; Mauricio Sáenz, pintor; Javier Dragustinovis, artista e investigador; entre otras destacadas personalidades.

Dice Alejandro que la poesía es una entidad vibrante en nuestro entorno, en el espacio que queda entre nosotros y las cosas: la poesía del color y el trazo. Yo agrego que la poesía es deidad piadosa que nos colma y nos humaniza, llama perpetua que nos coloca en las manos generosas de Dios. El pintor nos presenta una colección de obras abstractas que dicen no sólo lo que dicen, sino lo que no; el mundo concreto de lo "visible y no", citando las palabras de la escritora mexicana Elsa Cross. El visitante se acerca a la obra, la huele, la toca con la mirada (nunca con las manos), la acaricia con el pensamiento en el intento de encontrar explicación al paisaje colorido frente a los ojos, la asimila en un acto de catarsis ontológica que nos liberta de nosotros mismos. De este modo la comunión del individuo con el artista, la común unión que nos alimenta y que nos fortalece en tiempos en que pedimos a gritos la redención de nuestro pueblo. El artista queda desintegrado en las paredes blancas del museo, se convierte en tatuaje permanente en la memoria. Surgen de su cuerpo transfigurado una fuente de colores brillantes y extraños, de signos comprensibles por su propuesta estética, metáforas desatadas y emparentadas con la inteligencia, brasas que invaden cuerpos sacrificados a la honra de los dioses, el musgo de las cosas sobre lenguas que no paran de formular palabras tatuadas, como las palabras del artista en la geografía de las cosas.

Alejandro Rosales Lugo es el pintor de Tamaulipas, el que palpita en el color de los objetos, el que se entrega día con día para permanecer en páginas no escritas: el pintor de los paisajes múltiples del cuerpo, colores disueltos en la retina, formas agudas en la superficie interior de los párpados. Alejandro Rosales Lugo, poeta-pintor de la ebriedad retórica, pintor-poeta de la sobriedad linguística y visual.