Carolina Montemayor Martínez

Barrica Patanga

Textos

Carolina Montemayor Martínez"Todo apodo es un título y los títulos no son más que sobrenombres"
Thomas Paine, The Rights of Man, (1791)

No sé, dónde ni cuándo aquel hombre extraviado detuvo su incesante andar. Fue, quizá, sobre alguna fría y dura roca del camino o entre la hierba de los áridos campos oferentes de cardos, de cactos y de la hostil ortiga con toda su impiedad.

Yo lo veía desde mi creciente miedo de niña, huía, en veloz estampida hasta lugar seguro, corazón palpitante, lágrimas prestas y el habla delirante…

El pobre hombre, seguía su camino, ignoraba su entorno, guiado por su extravío continuaba su ruta, la mirada en algún punto que sólo él percibía, era su meta y andaba, andaba, tras de su propia estrella, su exclusiva quimera…

El pueblo, mordaz e irreverente, lo bautizó con aquel nombre, el mismo que hoy, al despertar, inadvertido vino a mi mente, aquel temible nombre, generador de paranoias y borrosos recuerdos, dibujos esfumados en la niebla del tiempo y lejanas memorias: Barrica Patanga, peyorativo apodo, nombre supuesto.

Tal vez, tenía un bello nombre: Ernesto, Alfonso, Alberto, mas, nunca lo supimos, lo desapareció el oprobio, el escarnio, el temor infundado, el colectivo instinto.

Jamás lo escuché hablar ni emitir algún signo, sólo era el andar, siempre andar, su sino y su destino.

Él cuidaba su atuendo, saco y corbata en deplorable estado pero atavío completo, su calzado, en franco deterioro, acumulaba el polvo de todos los senderos y parecía reír a plenas carcajadas mostrando diez uñas aceradas, garras de montés fiera en guardia.

Nunca lo vi sentarse a la sombra de un árbol cuando el sol del estío, en el pueblo, reverberaba intenso.

No lo vi refugiarse de los helados vientos que agrietaban la piel, crioscopia en las almas y en todos, hasta el último, hueso.

Nunca lo vi reír, nunca lo vi llorar, jamás supe si amó o si a alguien odió.

¿Qué tumba olvidada abrigará sus restos? ¿Quién le dio sepultura? ¿Quién por él pronunció una oración? ¿Quién le diría adiós, llamándolo por su nombre ignorado? ¿Quién? ¿Quién?

¿Quién, aparte de mí, despierta y lo recuerda, evocando su paso por el mundo, su paso apresurado y su incesante andar? ¿Quién sabrá qué soles o qué lunas perseguía?

Serán acaso astros de su mundo perdido, horizontes ignotos, dimensiones incógnitas, polvo astral demencial que impregnó su temple y abatió sus opciones, sus posibilidades, lo situó en este viaje, navío a la deriva, sin brújula, sin rosa de los vientos.

Sólo alta mar, el Sahara infinito y la obsesión del andar, andar haciendo camino.

Cada quien trazando el suyo…