Los caminos que salían del pueblo, todos eran caminos sin pavimentar o sea que estaban aplanados por el hierro de las ruedas de las carretas, los carretones, los express y los pocos muebles de motor de gasolina que en aquellos años existían.
Los caminos que salían del pueblo, todos eran caminos sin pavimentar o sea que estaban aplanados por el hierro de las ruedas de las carretas, los carretones, los express y los pocos muebles de motor de gasolina que en aquellos años existían.
Le tocó a Don Santos acudir a un Rancho de Vino (llamado así por que en él se procesaba el maguey para hacer el tradicional mezcal; tenía instalaciones muy bien montadas, con grandes alambiques, trapiches y espacios para almacenar las piñas del maguey y la leña para su conocimiento). Se llamaba Rancho de Santa Rosa.
Conducía su camioneta por su camino por demás escabroso, donde el mueble daba muchos tumbos, por las irregularidades y piedras que estorbaban, y que hacían muy molesto el tránsito por esos lugares.
En uno de tantos tumbos, sin que Don Santos se diera cuenta: cayó de la caja de la camioneta el recipiente que contenía una terraja nueva, que serviría para hacerle rosca a los tubos, del papalote que iba a instalar.
En esa ocasión lo acompañaba uno de sus hijos, y aunque era pequeño se dio cuenta, de que la pérdida de la herramienta, sería un desastre para el trabajo de su padre y le avisó del incidente Don Santos se detuvo y procedió a recoger con cierto enojo la caja del utensilio ¡que bueno, que vienes alerta, por que si la pierdo no completamos el trabajo! Llegaron al rancho donde tenían muchos conocidos, y de inmediato le asignaron un lugar para que pernoctara: era un jacal de adobe, techado con pita de palma que tenía a su entrada dos bancos de los que llamaban pollos; bajó sus herramientas y demás menesteres para acampar; se fue a reconocer la noria y el lugar donde instalaría el papalote, de inmediato tomó medidas y trazó los lugares donde debían de hacerse los pozos en que quedaría anclada la torre. A los ayudantes que le asignaron les dio instrucciones para que se pusieran a trabajar, y mientras tanto él se ocupó de hacer la comida.
Al concluir la tarde, se reunieron los trabajadores alrededor de los corrales, donde se acostumbraba domar a los animales, se dieron la gran divertida, con el espectáculo que ofreció uno de los vaqueros, al montar un burro salvaje. Se fueron a cenar y se volvieron a juntar por la noche, para platicar las peripecias del día, mientras alegraban la conversación con tragos de mezcal; Don Santos dejó a su hijo sentado en uno de los pollos del jacal y se fue a charlar, encargándole que se estuviera tranquilo y si algo se ofrecía que le hablara; pues de donde estaba el niño se veía claramente el lugar donde tenían la reunión. Pasaron dos horas y Don Santos no volvía, y al niño le dio sueño; se bajó del pollo y se acurrucó en el rinconcito que se hacía junto a la pared y se quedo dormido. Cuando Don Santos regresó, buscó al niño en la cama que había tendido, dentro del jacal; al no encontrarlo lo empezó a llamar y al no obtener respuesta, dio la voz de alarma y todo el Rancho se movilizó. Lo buscaron en los corrales, en los alrededores y al no localizarlo todo mundo temía lo peor, y recordaron –cuando un coyote hambriento se había llevado a un pequeñín recién nacido y lo había devorado.
En el grado supremo de la angustia, y la desesperación Don Santos se acercó al pollo e iluminó con la linterna el rincón oscuro, y dando un grito que estremeció el contorno, anuncio la presencia de su hijo, que estaba plenamente dormido y que inocentemente había puesto en acción: el lado humano, fraternal y solitario, de un puño de trabajadores honestos que lo daban todo, por que los suyos no sufrieran. Don Santos tomando a su hijo, lo elevó a los cielos y le dio gracias al Gran Hacedor del Universo, por haberlo conservado bien.
Lo recostó en su cama, lo acarició, lo besó y muy dentro de su ser evocó a su esposa y a los suyos, que lejos de ahí, estaban ajenos al drama que acababa de vivir. Se levantó y salió a la puerta, dio las gracias con sus palabras más sentidas, a los habitantes del Rancho de Vino y se regresó a dormir, pensando en la infinita misericordia que se recibe cuando se tiene fe.
Continuará…
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza