Profr. Santos Noé Rodríguez Garza

Don Santos y su Ford (Décima octava parte): Rancho de Vino

Páginas Sueltas de la Historia de Sabinas

Profr. Santos Noé Rodríguez Garza

Los caminos que salían del pueblo, todos eran caminos sin pavimentar o sea que estaban aplanados por el hierro de las ruedas de las carretas, los carretones, los express y los pocos muebles de motor de gasolina que en aquellos años existían.

Don Santos Rodríguez conduciendo su Ford en un desfile

Profr. Santos Noé Rodríguez GarzaLos caminos que salían del pueblo, todos eran caminos sin pavimentar o sea que estaban aplanados por el hierro de las ruedas de las carretas, los carretones, los express y los pocos muebles de motor de gasolina que en aquellos años existían.

Le tocó a Don Santos acudir a un Rancho de Vino (llamado así por que en él se procesaba el maguey para hacer el tradicional mezcal; tenía instalaciones muy bien montadas, con grandes alambiques, trapiches y espacios para almacenar las piñas del maguey y la leña para su conocimiento). Se llamaba Rancho de Santa Rosa.

Conducía su camioneta por su camino por demás escabroso, donde el mueble daba muchos tumbos, por las irregularidades y piedras que estorbaban, y que hacían muy molesto el tránsito por esos lugares.

En uno de tantos tumbos, sin que Don Santos se diera cuenta: cayó de la caja de la camioneta el recipiente que contenía una terraja nueva, que serviría para hacerle rosca a los tubos, del papalote que iba a instalar.

En esa ocasión lo acompañaba uno de sus hijos, y aunque era pequeño se dio cuenta, de que la pérdida de la herramienta, sería un desastre para el trabajo de su padre y le avisó del incidente Don Santos se detuvo y procedió a recoger con cierto enojo la caja del utensilio ¡que bueno, que vienes alerta, por que si la pierdo no completamos el trabajo! Llegaron al rancho donde tenían muchos conocidos, y de inmediato le asignaron un lugar para que pernoctara: era un jacal de adobe, techado con pita de palma que tenía a su entrada dos bancos de los que llamaban pollos; bajó sus herramientas y demás menesteres para acampar; se fue a reconocer la noria y el lugar donde instalaría el papalote, de inmediato tomó medidas y trazó los lugares donde debían de hacerse los pozos en que quedaría anclada la torre. A los ayudantes que le asignaron les dio instrucciones para que se pusieran a trabajar, y mientras tanto él se ocupó de hacer la comida.

Al concluir la tarde, se reunieron los trabajadores alrededor de los corrales, donde se acostumbraba domar a los animales, se dieron la gran divertida, con el espectáculo que ofreció uno de los vaqueros, al montar un burro salvaje. Se fueron a cenar y se volvieron a juntar por la noche, para platicar las peripecias del día, mientras alegraban la conversación con tragos de mezcal; Don Santos dejó a su hijo sentado en uno de los pollos del jacal y se fue a charlar, encargándole que se estuviera tranquilo y si algo se ofrecía que le hablara; pues de donde estaba el niño se veía claramente el lugar donde tenían la reunión. Pasaron dos horas y Don Santos no volvía, y al niño le dio sueño; se bajó del pollo y se acurrucó en el rinconcito que se hacía junto a la pared y se quedo dormido. Cuando Don Santos regresó, buscó al niño en la cama que había tendido, dentro del jacal; al no encontrarlo lo empezó a llamar y al no obtener respuesta, dio la voz de alarma y todo el Rancho se movilizó. Lo buscaron en los corrales, en los alrededores y al no localizarlo todo mundo temía lo peor, y recordaron –cuando un coyote hambriento se había llevado a un pequeñín recién nacido y lo había devorado.

En el grado supremo de la angustia, y la desesperación Don Santos se acercó al pollo e iluminó con la linterna el rincón oscuro, y dando un grito que estremeció el contorno, anuncio la presencia de su hijo, que estaba plenamente dormido y que inocentemente había puesto en acción: el lado humano, fraternal y solitario, de un puño de trabajadores honestos que lo daban todo, por que los suyos no sufrieran. Don Santos tomando a su hijo, lo elevó a los cielos y le dio gracias al Gran Hacedor del Universo, por haberlo conservado bien.

Lo recostó en su cama, lo acarició, lo besó y muy dentro de su ser evocó a su esposa y a los suyos, que lejos de ahí, estaban ajenos al drama que acababa de vivir. Se levantó y salió a la puerta, dio las gracias con sus palabras más sentidas, a los habitantes del Rancho de Vino y se regresó a dormir, pensando en la infinita misericordia que se recibe cuando se tiene fe.

Continuará…

Profr. Santos Noé Rodríguez Garza

Camioneta Ford de Don Santos Rodríguez