Los años transcurrían rápidamente, en temporada de sequía el trabajo de reparación de papalotes abundaba y en temporada de lluvias escaseaba.
Los años transcurrían rápidamente, en temporada de sequía el trabajo de reparación de papalotes abundaba y en temporada de lluvias escaseaba.
Una ocasión viniendo por el Sendero Ancho, como a las tres de la tarde, el cielo se encapotó, y en poco tiempo se desató una fuente tormenta que venía acompañada de granizo que rebotaba en las láminas de la Ford, y como ésta no tenía protección lateral, para evitar un mal golpe Don Santos y su ayudante se bajaron y se tiraron debajo de la troca, de panza al suelo; así esquivaron la tormenta; con el fuerte aguacero que siguió se llenaron las cañadas y los arroyos, y al llegar al arroyo de La Morita, éste venía bramando, llevándose a su paso todo el azolve acumulado en su cauce.
Se paró Don Santos en la orilla y contemplo lo ancho del caudal y lo profundo de la corriente, dándose cuenta de su peligrosidad, siguió buscando y encontró un lugar que se ensanchaba bastante y por lo tanto la corriente estaba más bajita; le ordenó al ayudante que bajara el calabrote que usaban para sacar las tuberías de las norias. Se llevó la punta del mecate y la sujetó al eje delantero de la fortinga y camino por la orilla corriente arriba, se envolvió la cintura con el otro extremo de la cuerda y se arrojó al agua, el impulso de la corriente lo llevó al otro lado, salió y jaló la cuerda que estaba sujeta al eje, para que quedara completamente tensa; la amarró al tronco de un árbol y se deslizó por el mismo mecate, ahora en sentido contrario, pasando el arroyo con facilidad. Le dio instrucciones al ayudante para que en igual forma se pasara al otro lado, le indicó que estando en la otra orilla soltara la cuerda del árbol y se la enredara en la cintura, y jalando con fuerza ayudaría a la camioneta a cruzar el arroyo.
Una vez que el ayudante estuvo en posición, Don Santos encendió el motor de la Ford y a un grito, el muchacho jaló con fuerza la cuerda corriendo por la mitad del camino, Don Santos aceleró el mueble y se arrojó al agua, cruzando gran parte de la corriente tormentosa, quedando muy cerca de la orilla, pues la Ford se mojó y se detuvo la máquina.
Don Santos de inmediato le quitó los cables a la bujías, les puso un poco de gasolina en las cuencas, y la encendió con un cerilla, para que las bujías se secaran y se calentaran, transcurriendo un rato le dio cranck, se encendió el motor y la Ford salio airosa y triunfal del lecho del arroyo.
Recogieron el calabrote que habían utilizado y felices emprendieron el viaje de retorno al pueblo; las sombras del atardecer ya caían y las luces de la población se divisaban a lo lejos.
Don Santos y su ayudante ya tenían una anécdota más que contar de sus aventuras con la Ford.
Continuará…
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza