La calidad del aire se pueden ver de distintas perspectivas: desde la mitología griega y sus mensajes cargados de sentidos que explican o entienden el origen del aire como algo vital para el medio ambiente; el aire como realidad etérea y desde la consideración que nos pone en evidencia si el aire que respiramos es bueno o malo.
Para los griegos, Eolo es el dios de los vientos que vivía en la Isla de Eolia con sus seis hijos y sus seis hijas. Zeus le dio el poder de controlar los vientos y los tenía encadenados con gran dominio, liberándolos cuando le viniera el gusto y a voluntad. Los vientos podían provocar desastres en el cielo, la tierra y las aguas. En la mitología griega, los “Anemoi” eran los cuatro dioses del viento, cada uno correspondiente a los puntos cardinales desde donde venían sus respectivos vientos, relacionados con las distintas estaciones y estados meteorológicos. Eran representados como simples ráfagas de viento y otras se les personificaba como hombres alados, e incluso en ocasiones tomaban la forma de caballos encerrados en los establos de su señor y gobernante. Eran hijos de Astreo y Eos.
Cada uno de ellos tenía su nombre: Bóreas el viento del norte que traía el frío aire invernal; Noto, el viento del sur que traía las tormentas de finales del verano y del otoño; Céfiro, el viento del oeste que traía las suaves brisas de la primavera y principios del verano y Euro, el viento del este, que no estaba asociado con ninguna de las tres estaciones griega. Los romanos llamaban a sus deidades los Venti, en latín vientos.
En la mitología griega Éter es un elemento, es el más puro y más brillante que el aire, y a la vez la región que ocupa este elemento. También es la personificación de dicho elemento al cual hicieron deidad. Para Homero, el Éter es concebido como una región por encima del aire y que a su vez está bajo el Uranos, como cielo y firmamento. Ahí es donde habitan los dioses y es el dominio de Zeus tras el reparto del universo. Puede contener nubes, atributo de Zeus.
Hay cuatro elementos: la tierra, el agua, el fuego y el viento. Para los antiguos, hay una realidad etérea, inmaterial e intangible. Los minerales, las plantas, los animales y las personas tienen cuerpos físicos, pero lo que le da la vitalidad, es algo más allá de lo físico es la realidad etérea. Sin ese factor extra, la entropía podría causar la desintegración de la física. En lo etéreo se dan formas de vida que pueden existir alrededor de nosotros que, por carecer de los cuerpos físicos, son imperceptibles para nuestros sentidos físicos.
Dice una canción: “quisiera ser el aire que respiras tú”. Gracias a la rosa de los vientos nos podemos ubicar. Sin aire y una buena calidad del mismo no podemos vivir. En 1804, cuando Alexander von Humboldt llegó al Valle de México, escribió en su diario “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. Alfonso Reyes también lo refiere en la “Visión de Anáhuac”. Reitera en un poema escrito en 1927: "No nos basta ya el paisaje: lo queremos con recuerdos". Y también Carlos Fuentes retoma esa frase tan emblemática.
Cuando nos referimos a la categoría de calidad, preguntamos: ¿Cuál? Y si tiene que ver con la calidad del aire, entonces cuestionamos si es limpio o sucio el aire que respiramos. Inmediatamente como cronistas sabemos que más antes, no había tantos problemas: aire puro, más lluvias, menos calorones o tal vez no se sentían igual. Hoy en día la calidad del aire es un problema que padecemos en especial las mega ciudades. Y nosotros en Nuevo León habitamos una compuesta por once municipios y otro tanto que los rodea. En toda esta región se liberan grandes cantidades de contaminantes que nos causan molestias en los ojos, piel y vías respiratorias y forman brumas que nos impiden apreciar el paisaje.
Ahora Monterrey es la ciudad más contaminada, debido a las chimeneas, escapes de vehículos automotores, a la quema irregular de materiales tóxicos y dañinos, al polvo que sacamos de los ríos y de las montañas. Aún tenemos pedreras cerca de nuestras casas. Y en específico Santa Catarina es la que lleva las palmas, junto con un corredor en donde están enlazados cerca de 25 municipios.
Estamos en medio de una rosa de los vientos: nos llegan los vientos frescos y húmedos de la Sierra Madre que regulan el régimen térmico de la zona metropolitana. Del cañón del Huajuco los vientos húmedos y cálidos del Golfo, del oriente, desde Los Ramones y Cadereyta los vientos secos y cálidos del plano inclinado del Golfo, de las llanuras esteparias y por la cuesta de los Muertos nos llegan los vientos secos y fríos de la Mesa del Norte. Ahí se forma un remolino con vestigios contaminantes de Saltillo, Monclova, Cadereyta y de las principales zonas industriales de la región. Aquí más que en ningún otro sitio observamos los efectos del barlovento y el sotavento. Las Mitras del lado de Santa Catarina no tiene vegetación mientras que del lado de Monterrey la situación es otra. Incluso los ancestros llamaron a la Sierra Madre la sierra de la Huasteca que comienza desde Allende, continúa en Santiago, una parte en Monterrey, San Pedro Garza García y termina en Santa Catarina. La Huasteca en cuanto a su origen etimológico de reserva del agua como de los vientos que nos llegan desde la Huasteca en el Golfo de México.
Esos vientos y sus efectos dejaron humedad en nuestras montañas. Los vientos llevan humedad que se guarda en los arbustos, plantas, árboles, cactáceas, agaves y pinos. Con una flora y fauna tan característica y propia: desde el único pino endémico que se conoce llamado el pino catarineo, el cual dañaron cuando hicieron la autopista Monterrey-Saltillo; el mayor número de variedades de pinos concentrados en un solo territorio. Pero también la vegetación y lo bonito influyeron en la delimitación geográfica: la zona boscosa y el río pasaron a Santiago, el bosque de Chipinque llega hasta la Escondida, ahí donde comienza la UDEM. La zona sin tantos árboles quedó en Santa Catarina, ahora el llamado Valle Poniente. La zona boscosa bonita se quedó en Arteaga, Coahuila. Estamos en medio de desiertos y montañas que nunca no fueron desiertas. Ahí se generó la vida que promovió el establecimiento de nuestros ancestros desde 1577.
De ahí la importancia de replantear, exigir, estudiar y proponer nuevos mecanismos que nos permitan tener una conciencia de la importancia de la atmósfera limpia para el bienestar de la población y del medio ambiente para el mundo en el cual nos movemos y existimos.
Palabras que el autor leyó en la instalación del Observatorio Ciudadano para la Calidad del Aire en la Zona Metropolitana de Nuevo León, a diez años de la Fundación Mundo Sustentable, A.C. en el Museo Regional de Historia de Nuevo León El Obispado el 30 de julio de 2014.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina