Allá por donde se extiende el cañón de la Mielera rumbo al Este. Ahí donde el territorio montañoso de Santa Catarina se une al cañón del Huajuco y en donde prevalece el riesgo de formar zonas urbanas y habitables, Monterrey contaba con uno de minerales más productivos y famosos en Nuevo León. Por cierto, fue fan famoso que hasta Porfirio Díaz lo visitó en diciembre de 1898. Ahí donde un bosque propiamente rodea las montañas y éstas ensoñerean el paisaje. Ya es una zona particular y difícilmente se puede acceder a éste pueblo cuya fiesta se daba en la víspera de cada 28 de junio y previo a sus dos santos en el día del 29 de junio cuando honraban al martirio de San Pedro y San Pablo. Pero el templo del lugar estaba dedicado a nuestra de El Carmen y cada 16 de julio hacían fiesta en su honor.
De acuerdo a un informe de 1889, el entonces gobernador del Estado el general y licenciado Lázaro Garza Ayala hace saber de la existencia de 83 minas en Nuevo León, de las cuales 19 se hallaban enclavadas entre las montañas de Santa Catarina y Monterrey. Precisamente en los límites al sureste de ambas municipalidades, también cercano a territorio perteneciente a Santiago, Nuevo León, floreció un pueblo minero al que llamaron de San Pedro y San Pablo propiedad de una familia de apellido Maiz llegada de España. Era tanta la producción de plata, fierro y plomo que tenía su propia línea de ferrocarril que lo comunicaba con la cabecera municipal de Monterrey. Cuentan que la vía del tren bajaba de la sierra rumbo al Huajuco y atravesaba unas labores por el rumbo en donde ahora está la avenida Lázaro Cárdenas de Monterrey.
Allá por el 6 de noviembre de 1890 para ser precisos, Agustín Maiz solicitó permiso al ayuntamiento de Monterrey para hacer una exploración en el lado oriente de la Sierra Madre, entre la mina de San Pedro y la línea que mide a Monterrey con la Villa de Santiago; con el propósito de descubrir yacimientos minerales. Agustín Maiz fue dueño del mineral hasta 1898 cuando en representación de su familia lo vendió en dos millones de pesos a una compañía llamada Mexican Lead, perteneciente a la Metalúrgica Mexicana que la explotó en serio. A tal grado de que vendieron 11 millones de material en 1901 obteniendo ganancias de poco más de un millón de pesos y al año siguiente explotaron 27 millones de kilogramos de material. Para bajar los minerales usaban un cable de 4 mil metros por el que circulaban grandes cucharones que los ponían en los carros de ferrocarril. El mineral era un pueblo con muchos habitantes: con sus casas, el templo, una escuela y hasta un panteón. El 11 de febrero de 1895 Joaquín Maiz hizo una solicitud de permiso para inhumar cadáveres en un lugar apropiado en el Mineral de San Pedro que le fue concedido por el ayuntamiento de Monterrey. Agustín Maiz era además el propietario de Sombreros de Monterrey.
Pero no solo era un pueblo minero. Gracias al entorno boscoso y montañoso, el paisaje era pintoresco. Un lugar obligado de visita de la familia del entonces gobernador de Nuevo León, el general Bernardo Reyes. La familia Reyes Ochoa nunca se acostumbró a los calorones y a las resolanas que se sienten y se padecen en Monterrey a partir de mayo. Incluso una vez escribió don Alfonso Reyes respecto al Sol de Monterrey: “No cabe duda que de niño a mí me seguía el Sol como perrito faldero, en mi vida todo era resolana”. Por eso los Reyes Ochoa también pasaban sus vacaciones en una casa situada en el Cerro del Mirador, acudían a una finca en La Fama y luego recorrían la sierra de Santa Catarina y en Galeana, Nuevo León. El mismo lo describe: “Había que pasar fuera de Monterrey los calurosos estíos. Yo disfruté de vacaciones veraniegas sucesivamente en La Fama (Cañón de Santa Catarina que allá nunca dicen Catalina) casa de un señor Santiago Andrews, uno de mis más antiguos recuerdos; después por las cumbres de la Sierra Madre, en el mineral de San Pedro y San Pablo”. Bernardo Reyes siendo gobernador de Nuevo León (papá de Alfonso Reyes) siempre se quejó de las altas temperaturas que se sienten en Monterrey. Incluso trasladó a su familia con rumbo a Galeana en el verano de 1909. Mientras buena parte de Nuevo León quedaba inundado por las torrenciales lluvias en el mes de agosto de 1909, el gobernador se hallaba fuera de la capital y debió acudir a lomo de caballo atravesando la sierra desde Galeana hasta Monterrey. Para algunos historiadores, eso le costó no ser considerado para la candidatura a la vicepresidencia de la república en 1910.
Pero regresemos al Mineral de San Pedro y San Pablo. En éste sitio don Alfonso Reyes pasó su infancia: hizo amistades imborrables con los hijos de Agustín Maiz y Jorge Cotera, el ingeniero de las minas; persiguió ratas que el ingeniero Cotera disparaba con una vieja escopeta, a montar a caballo llamado El Grano de Oro, jugaba con unas ratas blancas que habitaban la bodega del almacen y acudió a misa los domingos. Con un clima distinto que a decir del Regiomontano Universal: “El viento arrebataba las sombrillas y los mantos de las mujeres; deshacía, travieso, sus peinados. Nos robaba lo que podía. Zumbaba y aullaba de noche, golpeaba a las puertas, quería entrar. Cimbrábase la casa, atada con cables de acero y nuestros visitantes de la ciudad se echaban a cuatro manos, haciéndonos reír a los niños. El viento era una presencia casi animal”. También Alfonso Reyes comparaba en parecido a Jorge Cotera con el conquistador Hernán Cortés y relata la caída del secretario de su papá el general Reyes de apellido Zúñiga: “tuvo la mala suerte de perder el sentido y rodar un trecho ladera abajo”.
El mineral finalmente desapareció. Por ahí se puede acceder al cañón de la Mielera en Santa Catarina y un gran risco que da nombre al cañón de Cerro del Diente aún se puede ver desde la carretera nacional, indica la entrada al cañón donde estaba el Mineral de San Pedro y San Pablo. Lamentablemente esos terrenos ahora están en un juicio legal, la compañía minera expulsó a los habitantes y cerró los accesos. Por eso los descendientes de esos habitantes tienen demandada a la minera en un pleito largo debido a intereses de particulares que buscan hacer desarrollos inmobiliarios.
Si alguien quiso, amó, respetó y honró a las montañas que rodean a Monterrey, fue don Alfonso Reyes. Comparó al cerro de la Silla con el dios Atlas y luego lo relacionó con la figura paterna. Ya sea en el Romance de Monterrey, en El Sol de Monterrey, en sus versos, recuerdos y reseñas aparecidas en el Correo de Monterrey. Nadie le ha cantado a Monterrey como Alfonso Reyes y nuestras montañas ahora amenazadas por el crecimiento urbano desmedido y las intenciones de dañarlas para construir colonias, fraccionamientos y avenidas sobre ellas. Por eso a 125 años de su nacimiento, que ¡Viva Monterrey de las Montañas! y ¡Arriba Alfonso de Monterrey!
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina