El vetusto edificio se salvó 147 años hasta que decidieron desaparecerlo. ¿Qué nos queda del mismo? Su imagen en algunas fotos. Los archivos que fueron tirados al río Santa Catarina se lograron rescatar y llevados a la curia del arzobispado de Monterrey. Amado Fernández Muguerza logró el resguardo de algunas cosas: una viga labrada con el año de 1752, el portón de la entrada principal del Museo del Obispado, la pila bautismal, las campanas se quedaron en el templo y luego santuario de nuestra Señora de Guadalupe en la colonia Independencia. En 1932 cuando estaban haciendo los cimientos del Círculo Mercantil Mutualista hallaron la escultura de Santo Domingo de Guzmán. Excepto las campanas, los otros objetos que nos hablan del convento arrancado por la fuerza del paisaje regiomontano, están en el Museo del Obispado. Su imagen sobrevive desde 1943 cuando lo dejaron en el tercer cuartel de escudo heráldico de Nuevo León.
Para empezar la destrucción del templo franciscano de San Andrés, sacaron las imágenes y las fusilaron. Las bancas y los confesionarios los quemaron. Con mazos y otras herramientas comenzaron a quitar en menos de unos cuantos meses lo que tardaron 140 años en levantar y edificar. Pocas cosas se salvaron: la pila bautismal, la imagen tequitqui de Santo Domingo de Guzmán, la viga de 1752, el portón, los archivos y las campanas. De nueva cuenta la historia oral recrea y completa el contexto de la época. El doctor Pepe Páez (q.e.p.d.) me platicó que su papá don Leocadio Páez Garza siendo alcalde de Santa Catarina en 1916, debió acudir a la comandancia de policía de Monterrey a tratar un asunto criminal. En una celda estaba una imagen del Sagrado Corazón de Jesús de 1.70 de altura, intacta y excelente estado. Preguntó por ella y le advirtieron que se la habían quitado a una familia regiomontana que la rescató antes de que fusilaran al resto de las imágenes, esculturas y pinturas existentes. A don Leocadio Páez se le ocurrió comprarla y llevarla al templo parroquial de Santa Catarina. Los policías se negaron al principio, pero ante la insistencia y la cantidad ofrecida finalmente se la entregaron. De acuerdo a una leyenda, desde entonces la imagen del Sagrado Corazón permanece en el templo parroquial de Santa Catarina en Santa Catarina, Nuevo León, como una reliquia que alguna vez estuvo en el desaparecido templo que los franciscanos comenzaron a construir a principios del siglo XVII.
La historia del convento estuvo marcada por acontecimientos trágicos: inundaciones, incendios e insensatez humana se confabulan en su contra. El convento comenzó teniendo techo de paja o zacate y además de los deterioros por inundaciones que debió sufrir, también se incendió y quedó en la ruina. En 1753 tenía su techo con vigas de encino reticuladas en rombo era único en la región. Incluso en el estado ruinoso en que seguramente se encontraba en 1887 como cárcel provoca la admiración de los visitantes. En una guía descriptiva de la época se le describe así: “La antigua Iglesia parroquial de San Francisco, una cuadra al sur de la plaza, es la reliquia arquitectónica más interesante en la ciudad. Data de 1590. Es la Iglesia más vieja de la ciudad y es un buen ejemplo de la austera pero sólida arquitectura clasificada como de Franciscanos Primitivos (…) Merece la pena visitar su pintoresco interior con aperturas hacia el antiguo claustro. Muy pocas de las iglesias mexicanas existentes conservan el techo con las vigas cruzadas en cuadrícula, característico de esta estructura y tiene su contraparte en la de Coyoacán (…) La extraña inscripción latina a lo largo de la viga que sostiene el coro, hace referencia a la reconstrucción de la entrada (Porta Coeli-Puerta del Cielo) en 1842.”
Los visitantes extranjeros sentían admiración por este templo y convento a pesar de su condición ruinosa o quizás por ésta. Se puede leer en el American Magazine de 1884: “Sería suficientemente tenebroso y oscuro el interior de la vieja iglesia si no fuese por la cantidad de velas que la fe han mantenido ardiendo a través de los siglos. A cualquier hora del día o de la tarde que uno entre hay siempre feligreses de rodillas recitando sus oraciones en español o susurrando a través de la rejilla del confesionario. El gusto de los ancestros parece haberse juntado con el extraordinario colorido y toda la familia de santos se vistió de los colores del arco iris. Los Cristos desmedidamente cruentos y lúgubres muchas veces de piernas moradas y cabellos azules y rosas tan grandes como coles brotando de las heridas de las manos y pies y, en el corazón de cada Dolorosa, una daga real se ostenta con orgullo. Esta vieja Iglesia de San Francisco fue de gran fascinación. Uno ama subir a la mohosa torre y sentarse junto a los pájaros y entre sus herrumbrosas campanas mirando hacia abajo y entre los pasillos desiertos ahora crecen yerbas donde monjes y monjas caminaron en otros días mientras el canto del viento parece hacer eco de las voces de aquellos quienes padecieron bajo las cúpulas en el nombre del misericordioso Jesús”.
El templo seguramente no estaría en píe dando testimonio de la grandeza de los primeros fundadores del Nuevo Reyno de León. Estoy seguro que el doctor Ignacio Morones Prieto, el Lic. Leopoldo González Sáenz, don Alfonso Martínez Domínguez o los recientes alcaldes de Monterrey y secretarios de obras públicas tanto del Estado como del municipio lo hubieran destruido en su tiempo con el afán de ampliar la calle Zaragoza y los puentes viales que recientemente se hicieron. Algo para llorar y lamentar de los errores e ignorancia de nuestra historia. Indudablemente.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina