Sabemos por tradición oral que el primer milagro realizado por la virgen de San Juan de los Lagos ocurrió en 1623, cuando una familia de cirqueros alegraban el camino de San Luis Potosí a Guadalajara. En cada pueblo que llegaban, se dedicaban a realizar acrobacias. Una de ellas consistía en hacer piruetas encima de filosas dagas clavadas en la tierra. Una de las niñas que formaban parte de la familia de los cirqueros, cayó al suelo y quedó gravemente herida por una de las cuchillas. La llevaron urgentemente al hospital del pequeño pueblo de San Juan, que era parte de Xalostitlan del Reino de la Nueva Galicia. Al pueblo se le conoce como San Juan de los Lagos desde 1700.
Pero todo fue en vano, pues la niña estaba muerta. No obstante, para la anciana -que se dice sobrepasaba los 110 años-, llamada Ana Lucía y quien estaba atenta a la limpieza de la capilla de aquel antiguo hospital de indios, no todo estaba terminado. Tenía la esperanza de que con el hecho de colocar sobre las heridas de la niña, una pequeña imagen de la virgen María y que años atrás había llevado fray Juan de Segovia a esa población. Ana Lucía aseguraba que había hablado en varias ocasiones con la imagen de la virgen cuya hechura era de caña de azúcar y pasta michoacana, conocida como talzingueni y que además ésta se aparecía en diversas partes del hospital, al igual que sudaba mucho.
Al contacto con la imagen, la niña volvió a la vida. Sus padres pidieron llevarse la imagen a Guadalajara para restaurarla y en el camino salieron al paso dos viajeros quienes ofrecieron reparar la imagen. Pero desaparecieron tan misteriosamente, así como habían llegado. Al día siguiente encontraron la imagen ya restaurada, lo cual les hizo pensar que los caminantes eran ángeles. Así el pueblo creció en torno a la capilla hecha de sillar de piedra y desde 1752, la fama de la imagen se expandió por todo el virreinato de la Nueva España.
La devoción a la Güerita de los Altos a la región noreste, fue traída por don Juan de Espíndola, quien había nacido en Madrid en 1593. Desde 1630 se dedicaba a llevar y traer mercancías desde Guadalajara y Zacatecas hasta Monterrey. En 1643 residía en San Gregorio de Cerralvo. Además de llevar metales del Nuevo Reino de León, también se dedicaba a vender indios. Fue preso por ésta actividad y fue ex comulgado debido a un conflicto que había entre las jurisdicciones de los curatos de Saltillo y Monterrey. De todas maneras iba a misa y se reía de la pena a la cual estaba sujeto. También fue acusado de engañar a maridos y de estar amancebado con indias. En su tiempo decían que estaba endemoniado, era un alborotador y un rebelde.
Seguramente la devoción se fortaleció, debido a los vínculos y dependencia que el Nuevo Reino de León tenía con la Nueva Galicia. Recordemos que hasta 1777 el Nuevo Reino de León fue atendido pastoralmente por la diócesis de Guadalajara. En ese año se constituyó el obispado de Linares que más tarde se convirtió en la actual arquidiócesis de Monterrey. Y la acción de los misioneros franciscanos, seguramente contribuyó a que la devoción de la virgen de San Juan llegara a éstas provincias Internas de Oriente.
Durante la construcción del templo parroquial en 1813, los feligreses veneraban a una imagen de la virgen de San Juan de los Lagos. Uno de ellos José Francisco Treviño, casado con María Leonor García, antes de morir en noviembre de 1813, se encomendó a nuestra señora de San Juan. Como última voluntad, don José Cistóbal García, quien era hijo de Cristóbal García y de Luisa Margarita de la Garza, pidió se le enterrara en la capilla en construcción, con entierro mayor y en el cementerio del lugar, ya sea dentro del edificio o fuera de él. Para ello dispone que del reparto de sus bienes, se guarde una parte para la construcción de la capilla de San Juan de los Lagos.
De igual forma en el testamento de María Teodora Flores, quien era hija de José Flores Valdés y de María Gertrudis Sepúlveda, casada con Bernardo Rodríguez, pidió ser enterrada con el hábito de San Francisco en la capilla del valle, con entierro mayor, el 18 de junio de 1818. En ese documento hace referencia a la devoción que tenía doña María Teodora por la imagen de San Juan a la cual le dejó 10 pesos como limosna. Para 1826, se informaba que en el templo de la localidad, los feligreses veneraban a una imagen de la virgen de San Juan de los Lagos. Por ejemplo, doña María de los Dolores Sepúlveda, casada con Ignacio de Arizpe, prometió dejar un hilo de oro para la virgen de San Juan en agosto de 1828.
En 1899, el entonces párroco de Santa Catarina mencionaba la existencia de un retablo de la san juanita en donde se hace referencia a que la imagen salvó al pueblo de una viruela en 1897. Lamentablemente ya no existe el retablo. Sólo contamos con la imagen de San Juan de los Lagos. Se dice que era una imagen de pasta de caña muy antigua, pero que fue cubierta por yeso para agrandarla y le colocaron una cabecita sobre la estructura triangular.
De tanta simpatía popular, se llegó a creer que la titular del templo era precisamente la virgen de San Juan. Incluso he visto invitaciones para boda de principios del siglo XX, en donde señala que la titular del templo parroquial era San Juan de los Lagos. Es más, se dice que en la década de 1960, el entonces párroco Cayetano Vázquez, intentó modificar el nombre de la parroquia, de Santa Catarina Mártir por el de San Juan de los Lagos.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina