Dr. Antonio Guerrero Aguilar

El origen del Pino Navideño

De Solares y Resolanas

Dr. Antonio Guerrero Aguilar

Estamos en la época del año en donde tenemos la tradición de instalar pinos navideños. Según Maurice Halb Wachs la tradición es una forma de memoria colectiva que usa del ritual para trasmitir experiencias. Y en éste periodo de Adviento, sobresale un ritual familiar que congrega a las partes de un hogar: la costumbre de instalar un pino navideño y a su alrededor se coloca un nacimiento que presiden José, María y el niño Jesús y de otras piezas decorativas alusivas al nacimiento del Mesías.

Dr. Antonio Guerrero AguilarEstamos en la época del año en donde tenemos la tradición de instalar pinos navideños. Según Maurice Halb Wachs la tradición es una forma de memoria colectiva que usa del ritual para trasmitir experiencias. Y en éste periodo de Adviento, sobresale un ritual familiar que congrega a las partes de un hogar: la costumbre de instalar un pino navideño y a su alrededor se coloca un nacimiento que presiden José, María y el niño Jesús y de otras piezas decorativas alusivas al nacimiento del Mesías.

Pero la tradición del pino navideño no es cristiana. Tiene su origen en el mundo pagano; en la era de los antiguos y de las culturas arcaicas, quienes pensaban que el universo era un árbol cósmico en el cual cabía todo el mundo posible. Con el árbol se nos enseña del origen de los seres humanos y de las cosas, pues el árbol simboliza y al mismo tiempo constituye el universo. Su cima toca el cielo y sus ramas abarcan el mundo. Una de sus raíces se hunde en el país de los muertos y la otra llega al país de los gigantes y la tercera al mundo de los hombres.

Ciertamente ideas que tienen que ver con el sentido mitológico de las cosas. A decir de Carlos Marx, toda mitología a través de la imaginación doma, domina y modela las fuerzas de la naturaleza, por ello desaparece tan pronto como el hombre llega a controlar tales fuerzas. Y para que las cosas no se olviden tienen que ser continuamente recordadas y actualizadas. De ahí que se diga recurrentemente que cuando el mito se convierte en filosofía y la leyenda en la historia, comienza la civilización. No obstante, las culturas consideradas como civilizaciones, mantienen reminiscencias y ciertos rasgos que se niegan a desaparecer en la tradición popular y en el inconsciente colectivo. Decía Manuel Ponce, que los antiguos disimulaban con piadosos velos la ignorancia en la onda, la raíz y la estrella, misma que se cruzaba en todo y conformaba un sistema total de relaciones.

Muchos de los elementos que vemos en el pino navideño tienen que ver con el solsticio de invierno, que ocurre entre el 21 y 24 de diciembre, cuando tenemos el día más corto del año. Como tenían miedo de que el Sol ya no saliera más, hacían rituales y sacrificios en su honor. Por ejemplo, usaban sus hojas para hacer retoñar a las plantas que estaban debajo de la nieve y las quemaban para señalar la victoria de la luz sobre las tinieblas. Por ello los egipcios usaban hojas de palma con doce brotes como expresión sagrada de terminación del año. Mientras en Roma, durante las fiestas saturnales decoraban las fachadas de las casas con follaje verde, pues Saturno era el dios de la vegetación y de la fertilidad. En cambio los judíos en éste tiempo celebraban la fiesta de las luces.

Los pueblos germanos tenían la creencia de que un árbol sostenía al universo y que sus ramas sostenían a las estrellas, la Tierra, la Luna y el Sol. En torno a él realizaban bailes rituales y ofrendas en su honor. De ahí que también se decore al pino con luces pues simbolizan a las estrellas. También para los pueblos nórdicos había un “Árbol del Mundo” cuyas raíces unían el cielo, la tierra y el infierno. Es en esa región del centro y norte de Europa donde surge la devoción por el Rey de los Bosques.

En los ritos de Navidad figura la del árbol decorado. Al parecer, la costumbre de poner abetos en lugares públicos y en las casas, proviene de Alsacia, en donde se generalizó su uso a partir del siglo XV y en el XVI, en donde se sabe que mandaban a leñadores para que cortaran árboles y fueran llevados a los pueblos. Como ya hemos visto, el culto a los árboles es muy antiguo y fue tomado por los religiosos que evangelizaron el norte y centro de Europa.

Cuenta la leyenda que San Martín un día destruyó un templo pagano de los celtas y que éstos no se enojaron. Pero que luego quiso cortar un pino dedicado a una deidad local, los celtas se opusieron y le propusieron un trato. Lo amarrarían a el y lo cortarían. Si en realidad su Dios era más importante que el de ellos, se salvaría. Por lo que San Martín aceptó. Cuando el pino comenzaba a caer con el peligro de aplastarlo, recitó una oración al cielo, haciendo que el pino cayera hacia el otro lado en donde estaban los celtas.

Algo similar le pasó a San Bonifacio (680-754) un obispo y mártir que llegó a Alemania para evangelizar a los pueblos. Una vez quiso quitar un encino al que los habitantes consideraban sagrado y al cual iban a depositar sus ofrendas, por ello fue atacado por la mayoría de la población, a la cual calmó cuando relacionó al encino con la venida del Hijo de Dios y que gracias a su don de predicación le creyeron. Por eso decidieron plantar un pino en donde estaba aquel encino sagrado y que el santo lo adornó con luces y espejos. Para luego señalarlo como símbolo del nacimiento de Jesús pues simboliza la luz eterna que trajo Cristo al mundo, la perpetua primavera de la esperanza.

Ya en la edad media, en las casas de Alsacia se colgaban ramas de Abeto a las que llamaban ramas de navidad y en los atrios de los templos de la región de Renania colocaban un abeto decorado con manzanas que recordaban la tentación de Adán por Eva.

Eso también nos lleva a relacionar al pino con el Árbol del Bien y del Mal al que se hace referencia en el Génesis, pues el árbol mágico se trasforma en el árbol del Paraíso Terrenal, por que sus hojas siempre verdes simbolizan la eternidad especialmente en una temporada invernal; una inmortalidad asociada al fin de cuentas con la Natividad de Jesús.

Ya en la Edad Media, los padres de la Iglesia citaban a Isaías: “La gloria del Líbano vendrá a ti pueblo de Dios, el ciprés, el árbol del pino y el árbol de boj vendrán a embellecer el lugar santo”. De Alemania pasó a Inglaterra en 1829 cuando el príncipe Alberto trajo de su tierra natal, un pino como obsequio a su hijo para colocarlo en el Castillo de Windsor. Desde 1847 los norteamericanos tienen esa costumbre. Y nosotros en México, desde principios de diciembre nos dedicamos a comprar, instalar y a decorar el pino de Navidad.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina