“No se puede pensar que se pueden aumentar los gastos públicos cuando estamos viendo una drástica reducción en los ingresos”.
“No se puede pensar que se pueden aumentar los gastos públicos cuando estamos viendo una drástica reducción en los ingresos”.
Lo anterior fue expresado por el Presidente Felipe Calderón el pasado 5 de octubre durante la presentación del Informe Global Sobre Desarrollo Humano 2009, al reiterar su llamado a los mexicanos a hacer un esfuerzo para aumentar el gasto contra la pobreza.
Al respecto, cabe señalar que el Presidente ha venido insistiendo en el tema luego de haber enviando al Congreso el paquete fiscal 2010 en el que se propone la creación de un nuevo impuesto y el incremento de otros.
El Primer Mandatario asegura que es una obligación, especialmente para quienes tienen más ingresos o privilegios, aportar más recursos y evitar que 33 millones de mexicanos vean elevados sus niveles de pobreza.
Debe reconocerse que el Presidente Calderón tiene razón en la anteriormente mencionado; pero lo que el ciudadano común no acaba de entender, y menos aceptar, es que se pretenda cobrarles más cuando se las están viendo negras para subsistir.
Es incuestionable que una inmensa mayoría deben hacer malabares para que sus ingresos les alcance, destacando que una buena tajada se va en el pago de la luz, sin contar en gas, útiles escolares, ropa, calzado y, desde luego en alimentos.
Retomando lo dicho por el Presidente Calderón en cuanto a la obligación de que quienes tienen más ingresos o privilegios aporten más recursos, sería bueno que empezaran por rebajarle el sueldo a los altos funcionarios del Gobierno federal.
Y si también se disminuye el gasto corriente gubernamental, así como el número de Senadores y Diputados, eliminando a los plurinominales, reduciendo, además, el financiamiento a los partidos políticos, el ahorro que estas medidas presuponen daría recursos al Gobierno para el combate a la pobreza, sin necesidad de seguirle cargando la mano al pueblo, que ya no siente lo duro sino lo tupido.