Vicente Fox y Marta Sahagún, quienes compartieron el poder durante el pasado sexenio, siguen dando de qué hablar “gracias” a su afán protagónico, pues recientemente aparecieron en las páginas de la revista “Quién” haciendo ostentación del lujo en el que actualmente viven en su rancho de San Cristóbal, en el estado de Guadalajara, el cual transformaron, junto con otras propiedades, en un edén.
Como era de esperarse, de inmediato se desató la polémica y los cuestionamientos por el cambio tan notorio en el patrimonio familiar del ex presidente y su esposa.
Independientemente del curso que siga este asunto, por el cual a Fox y a su esposa les han llamado imprudentes, exhibicionistas y frívolos, entre otros calificativos, en referencia al sexenio pasado cabe decir que lo que mal empieza, mal acaba.
Al respecto, recordamos que parte de la campaña del ex mandatario se financió ilegalmente con recursos provenientes de Los Amigos de Fox, y al final de su sexenio se inmiscuyó abiertamente en el proceso eleccionario, cuya validez puso en riesgo con su actitud, según dictaminó el Trife.
A propósito de esto último, por algo dicen que el miedo no anda en burro, y si nos atenemos a lo que en estas fechas está saliendo a la luz, se entiende la intromisión y activismo de Fox, en el proceso que culminó en julio del 2006, pues si hubiera triunfado Andrés Manuel López Obrador, probablemente fuera otra la situación actual del ex mandatario.
Y hablando de López Obrador, cuando se refiere a él, el ex presidente lo tacha de populista, pero si nos remitimos a las promesas de campaña de Fox, entre las cuales recordamos aquella de que terminaría con el problema de Chiapas en 15 minutos y que eliminaría la tenencia, o que no aumentaría impuestos, así como su promesa de que acabaría con las víboras prietas y con las tepocatas, además de otras actitudes y algunas acciones emprendidas durante su gobierno, él también cae en esa definición.