Francisco J. Echazarreta

¡Qué calor!

Lo que el tiempo se llevó

Francisco J. Echazarreta

Cuando era apenas un jovencito subía al techo de la casa y ahí dormía, los días calurosos del verano te motivaban hacer eso, el calor dentro de las casas era sofocante, al pasar por calles, por las noches al salir del cine o bien venir de la plaza para tomar el rumbo del barrio encontraba puertas abiertas con una silla o mecedora atravesada, dejando pasar el refrescante aire de la noche joven, si acaso once de la noche, el ladrido de los perros, el foco en el poste…

Francisco J. EchazarretaCuando era apenas un jovencito subía al techo de la casa y ahí dormía, los días calurosos del verano te motivaban  hacer eso, el calor dentro de las casas era sofocante, al pasar por calles, por las noches al salir del cine o bien venir de la plaza para tomar el rumbo del barrio encontraba puertas abiertas con una silla o mecedora atravesada, dejando pasar el refrescante aire de la noche joven, si acaso once de la noche, el ladrido de los perros, el foco en el poste… de un alumbrado tenue, de la sombra de tu figura juguetona que te seguía y alcanzaba desaparecía en la oscuridad y volvía aparecer en cada uno de los postes con alumbrado. Hacer de aquellos recorridos una reflexionar y un andar por la aldea. El golpeteo de tus zapatos acordes con el golpeteo de tu corazón y a lo lejos otra y otra cuadra por recorrer.

Luego por fin llegar a tu casa, las colchas y sabanas así como la almohada tendidas… al recostarte y levantar la vista hacia el cielo, que espectáculo, que maravilla un “océano” de estrellas arriba de ti.

En los primeros años de la vida, la educación te informa el nombre de algunas constelaciones, osa mayor, osa menor, que si no parpadean eran planetas y así te ponías a buscarlas en el firmamento.

Un día ya más grande, me enseñaron las reglas de la trigonometría para medir grandes distancias y me obsesionaba por medir una distancia y ver por trigonometría cuanta distancia había hasta una estrella, desde el techo de la casa hacia mis mediciones con tablas y clavos así como cuerdas.

Observando el universo todo ello en armonía, todo girando en sus propios ejes, como nuestro ser atrapado en el tiempo y en el espacio.

De ves en cuando un aerolito caer e incendiarse al entrar a la atmósfera luego las eternas sugestiones

“Pide un deseo”.

Un día decidí escoger una estrella una, mi estrella, una que fuera la señalada y así seleccione una y la empecé a ver todas las noches, una noche, otra noche ahí estaba ¿cuál? Esa la segunda de la punta del carrito o de la osa mayor, la que en conjunto forman esa constelación que  junto con la de la punta siempre están apuntando hacia el norte esa, esa era mi estrella no, no es muy intensa pero es una estrella.

Un día nuestro diario andar el ir y  venir, él olvidarte de filosofar, la constante lucha por la vida, te ha hecho olvidar de todo esto… los hijos… lo cotidiano  “té enreda” en su telaraña y te hace olvidar de todo lo maravilloso que es la vida, de todo lo que esta alrededor de ti.

En días pasados y fuera de canícula ha hecho unos calores insoportables decidí dormir arriba del techo de la casa, la falta de confianza empezó a surgir de la gente que me rodea que si esto, que si lo otro, todo rodeado a la seguridad… y es que ya nadie duerme con las puertas abiertas ya no hay mecedoras en las puertas de las casas, la falta de confianza se ha perdido.

Subí a inspeccionar el techo de la casa y sus condiciones para dormir, ahí fue donde recordé del que todavía hay un cielo estrellado en nuestra aldea, busque en la bóveda celeste, la ubicación que en otros años dominaba por estar familiarizados con ellas y cual ha sido mi sorpresa, mi estrella  ahí esta, no sé ha movido por años de no verla. De no recordarla, evoque un fuerte suspiro, una “plegaria”y me fui a dormir a la cama normal como todas las noches.