Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Los antros

Historias de Sabinas

Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Aunque propiamente no hablaremos de Sabinas Hidalgo, N. L. el texto siguiente no es ajeno a muchos sabinenses que descubrieron los “entresijos” del regiomonte, cuando por motivo de estudio o trabajo llegaron a la capital nuevoleonesa.

La colmena regiomontana bulle de actividad durante el periodo de luminosidad; pareciese que en la noche "el músculo duerme y la ambición descansa".

Pero no es así, la cuarta parte de la fuerza laboral funciona en el horario nocturno; parte de estos trabajadores se dedica a faenas "no bien vistas por la sociedad" y su fuente de ingresos está en cantinas, bares, centros nocturnos, casas de citas, y otros negocios "conexos y similares", como loa ahora tan llevados y traídos casinos.

Tal situación no es nueva en Monterrey, y lo podemos comprobar echando un vistazo a los reglamentos de prostitución de los siglos XIX y XX.

Los sitios que se dedican a vender placer, alcohol o simplemente centros de baile no perduran, al menos con su original nombre, ni en los lugares donde se instalaron originalmente. Muchos desaparecen para finalmente dar paso a otros en una cadena sin fin.

Desvelarse en los 60’s del siglo XX, significaba para los jóvenes y no tan jóvenes, todo un ritual. Los exiguos fondos apenas alcanzaban para ir al tradicional "Acapulco", por la calle de Reforma, y bailar con música de radiola, donde la Sonora Santanera se llevaba las palmas de la abigarrada concurrencia.

La conjugación del morbo juvenil, el sudor de albañiles, ferrocarrileros y empleados las mujeres aromatizadas con perfumes baratos, embadurnadas con cremas Pond's, labios excesivamente pintados de rojo, brazados y bailando al son de la música cabaretera que llevaba al frotamiento de cuerpos, terminaba al momento de pagar el tostón por pieza bailada.

El humo de los cigarrillos, el penetrante olor de líquidos etílicos derramados y de otros provenientes de los baños localizados al fondo del local, daban al "Acapulco" el aspecto clásico de sordidez, de impureza y hasta de vicio y corrupción moral.

Seguir la ruta crítica noctámbula tenía sus bemoles: llevar la cartilla que luego exigía la policía en sus revisiones periódicas; sortear baches y banquetas disparejas por las calles de Colón, Reforma y Colegio Civil, con pésimo alumbrado público; ebrios, vagos y mujeres en busca de clientes con el estribillo: "Pásele, güero, tengo tele, tengo radio, masco chicle y bailo mambo".

Nombres y más nombres de "las catedrales del placer": "El Guadalajara" (que orgullosamente anunciaba a sus 28 mujeres), "El Tenampa", "Corona", "Pigalle", "Colón" y el “Carlos Moreno”, ubicados en la calle de Colón , frente a lo que hoy es la Central de Autobuses, barrio oscuro con las vías férreas partiendo dramáticamente por el centro la avenida.

También estaban "El Rivera", "La Paisana", "Las Carmelas", "El Kalinova", los cuartuchos de por allá del Mercado del Norte, refugio de las veteranas suripantas que ya iban de salida en el oficio más antiguo del mundo.

Por todos lados había: "El Cuatro Vientos" donde se confundían obreros metalúrgicos y soldados, allá por Hojalata y Lámina, "El Manolo's", "El Alfredo's", "El Siglo XX"; donde ficheras, prostitutas y bailadoras cumplían su función social..

Entrarle al barrio de El Nacional era otra aventura temeraria, lo mismo ir a la avenida Bernardo Reyes y caer a "Los Pepes", "El Faro", "La Preciosa", "La Florida", "Salón Peña", "El Taller" y "El Paso". Casi prohibido era ir a la bravía Colonia Independencia y llegar a "El Tubo" o a la "Lonchería California".

Bronca segura era dirigirse a la Moderna y entrar a "El Atorón", o a "La Covacha" en la Industrial; igual a "La India", en la Colonia Terminal, "donde concurrían, aparte de los parroquianos, mujeres de antecedentes oscuros, suscitándose con este motivo frecuentes escándalos y escenas bochornosas, motivadas cuando hombres y mujeres se encuentran en estado de ebriedad", según queja de los vecinos. En "La Pasadita", de la Colonia Buenos Aires, el problema era el infernal ruido de "la radiola que funciona día y noche con volumen muy fuerte".

Famosos entre los lumpen eran "El Burro", "Villa de Sahuayo", "El Huasteco", "La Tía", "La Chata Plais", "El Tampico Luna" y hasta "El Corpus Christi", ¡hágame usted el favor!; "Las Morenas", "Copa Azul", "Blanco y Negro", "Las Camelias" y todos los tugurios surgidos en el antiguo empalme por el rumbo de la Colonia Estrella y la zona roja de la colonia Garza Nieto, mejor conocida como La Coyotera.

Cruzar la Calzada Madero rumbo al sur significaba ir en busca de diversión más cara; ahí estaban "Las Trancas", por la calle de Juárez, entre Arteaga y Madero, acera poniente, con el bohemio incomprendido Manuel Pomián, como carta fuerte del espectáculo en los últimos años de las década de los 60’s.

Otra opción era ir al "Patio", por Zaragoza, a ver buena variedad, por las frías cervezas y la ilusión burguesa de convivir con vedettes y cancioneros.

Pomadosos centros de diversión nocturna fueron el "Casino Michoacano", hoy reducido a ruinas, "El Reno", “El Maxim’s” y "El Parador". Digna de recordar es aquella primera experiencia de un lugar para los jóvenes rocanroleros de la época: "El Changuirongo a go-go", en Hidalgo y Emilio Carranza, esquina sureste, donde el olor a cierta hierba inundaba el ambiente.

Allí mismo en el mero centro de Monterrey: "El Elefante Rojo", "La Rata Muerta", con su nombre en francés y anunciando a su estrella María Luisa Landín y su clásica canción: "Amor Perdido"; el inconmensurable local de "Cita con Arcaraz", por la calle Morelos, abierto por el músico y compositor Luis Arcaraz, aventura que a la postre lo quitó la vida al morir en un accidente carretero cerca de Matehuala, S.L.P.

Hubo muchos otros sitios más, donde la línea de lo permitido era muy variable; algunos de ellos con variedad y diversión seria, pero la mayoría convertida en antros y prostíbulos.

En la actualidad, los nombres son otros, han proliferado las emborrachadurías, sobre todo en el viejo primer cuadro de la ciudad, donde las tradiciones han dado paso a las vacías, casi tétricas calles por las noches, propiedad de los noctámbulos y noctívagos, cuyos refugios son las tabernas y los "table dance" de los que fue el pionero el ya difunto TVOso de Pedro Rodríguez Garay “El fufito”, por la calle Zaragoza; luego surgieron toda una cauda, cuya calidad se refleja según los billetes en el bolsillo.

Hoy se debate sobre quién dio los permisos para su establecimiento; eso es lo superficial, lo medular subyace en otra parte. Combatir el alcoholismo, la inseguridad, el ruido, la drogadicción y otros aspectos de la actividad nictálope a perodicazos, sólo es desviar la atención.

Reglamentar y reordenar la vida nocturna del regiomonte es otra cosa, la "cultura del antro" seguirá reinando después de que pase esta avalancha de inseguridad, en una sociedad donde ya hay múltiples opciones culturales, pero la falta lamentable de recreación y gozo en la lectura, el buen teatro, cine y actividades estéticas, hacen que nos vayamos a buscar lo cómodo para dar escape a las tensiones y buscar "relajamiento".

En una ciudad cosmopolita como ya lo es Monterrey, la calidad y el nivel de la actividad nocturna de la diversión regiomontana, debe subir, porque ahora, con lo que tenemos, bien caben las palabras de Antonio García Cubas, a mediados del siglo XIX, con respecto a las pulquerías: "Sucio el licor, sucios los barriles, sucio el conductor, sucio el medidor y sucias las tinas: ¡Parece increíble que tanta mugre produzca tanto dinero!".