La excelsa vocación de servir

De Solares y Resolanas

El idioma latino en cuanto lengua madre de muchos otros conocidos como lenguas romances, distinguía la función del servir como la de enseñar y guiar al pueblo: ministrare y magistrare. De la primera se deriva la administración y de la segunda magisterio y magistrado. ¡Qué tan importante concepto, relacionado con los vocablos mater y magno, respectivamente madre y grande! En cambio ministrare (cuyo significado es servir) da origen a la administración; la cual para efectos prácticos puede ser pública o privada.

En la administración pública cabe lo propio de las acciones encaminadas a la consecución del bien común, en cuánto tarea y fin de los seres humanos para alcanzar la plenitud y la felicidad. Obviamente las personas no pueden destinar todo su tiempo a los asuntos públicos, pues necesitan trabajar para vivir y ser felices. Entonces eligen a otros para que cumplan con las obligaciones cívicas que corresponden a la sociedad general.

Desde la edad media, quien ocupaba éste cargo era el burgomaestre, luego llamado alcalde o presidente municipal. Alcalde es un vocablo de origen árabe, cuya raíz es “al-Qaid” que significa jefe. Así llamaban a quien tenía a su cargo la guardia o defensa de algún castillo o fortaleza bajo juramento social. De ahí se deriva alcaide, nombre con el cual se designa a quien mantiene la custodia de los presos. Quien servía a su comunidad debía alejarse de sus tareas propias, renunciando en la mayoría de las veces a acumular recursos para sí y los suyos. Este concepto tuvo mucho que ver con la idea de que en nuestros pueblos y municipios, muchos le sacaban la vuelta a ser alcaldes porque definitivamente les impedía realizar sus actividades productivas.

Quien llegaba a una alcaldía o cargo de elección popular ganaba poco o simplemente no tenía sueldo. Ocupar un cargo de esa naturaleza era honorario, pues servir a los demás es un honor, cuyo principio viene de unas palabras dirigidas por Cristo: (Mc 9, 35) “quien quiera ser el primero entre ustedes, debe servir a los demás”. Luego se decidió regular convenientemente los salarios y prestaciones que recibían, pues lamentablemente a veces se quedaban con terrenos pertenecientes al patrimonio ejidal de los municipios. Los sueldos subieron considerablemente cuando llegó un político a la alcaldía de Monterrey y se quejó de que le daban poco y no era posible que un gerente o director general de una de las empresas más emblemáticas de la ciudad ganara más que él. Dijo en tono de burla que todos le festejaron en su momento, “quien manda es quien debe ganar más”. Y puso como ejemplo a uno de los entrenadores de los dos equipos de futbol existentes en Nuevo León.

Quien se dedica a servir a los demás a través de un cargo público si se le paga. Poco, más o menos o mucho, pero hay quienes piensan que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. A esta forma de ser tan típica del mexicano y tal vez muy socorrida en otras partes del mundo se le llama tlacuachismo y se le atribuye a un político veracruzano de nombre César Garizurieta a quien apodaban precisamente “El tlacuache”.

El tlacuachismo consiste en trabajar en el sector público, tal vez por la incapacidad para desarrollar otro tipo de actividades más productivas. Se convierten en auténticos busca chambas y para ello participan en algún partido político, alguna campaña electoral o se dedican a llenar de elogios desmesurados hacia algún personaje que se halla en la cúspide de su carrera política y por lo tanto, puede o tiene la posibilidad de darle un cargo en el cual reciba una quincena y prestaciones sin tantos alborotos o problemas. Salvo honrosas excepciones que las hay, se incorporan a las innumerables filas de la burocracia mexicana, que trabajan en alguno de los casi 2 mil 450 municipios, en las 16 delegaciones del Distrito Federal, en las dependencias federales y estatales, en los tres niveles de gobierno y en los tres poderes, el ejecutivo, legislativo y judicial, en organismos descentralizados pertenecientes al sector público, a las universidades públicas o demás instancias en donde la vida les favoreció con una plaza. Por eso quien difícilmente obtiene una, se resigna y dice: “Suerte te dé Dios y que el saber nunca te importe”. En política, uno nunca debe pisar a un cucaracho, porque ese cucaracho se puede convertir en tu jefe al día siguiente.

Ciertamente los servidores públicos deben administrar y velar por los bienes comunes, con una sólida ética y compromiso social y con una preparación adecuada. Al menos, esto es lo que se espera de aquellos que llegaron a un cargo público. Quienes están al servicio del pueblo, tendrán una mística de servicio; ser capaces de identificar tareas y fines que se puedan alcanzar en beneficio de los demás, ser creativos y activos; mantener continuamente, dentro y fuera de su trabajo, una responsabilidad basada en el ejemplo y en una vida digna. Los burócratas hasta 1982 fueron llamados funcionarios. Con la famosa renovación moral que convocó el entonces presidente de la república Miguel de la Madrid Hurtado, se convirtieron en servidores públicos. Por ello, el dirigente nacional del PRI en ese periodo, Adolfo Lugo Verduzco, hizo un llamado a todos los servidores para que no dispusieran de los recursos públicos sin la responsabilidad necesaria ni mucho menos improvisar fortunas o patrimonios repentinos. Y obviamente no caer en los vicios de la irresponsabilidad, los caprichos, la ilegalidad y la falta de honradez tan comunes en algunos de ellos.

Me gustan mucho las palabras de Benito Juárez, cuando señala que el servidor debe vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señale. Indudablemente las palabras del sabio y místico hindú, Rabindranath Tagore son elocuentes para determinar esa mística tan necesaria en el servicio público: “Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría”. A quienes sí obtuvieron un beneficio con un trabajo en el sector público, agradezcan a Dios sirviendo y apoyando a quienes hacen posible que Ustedes lleguen hasta ahí.

Y para todos mis lectores: ¡Qué sus sueños se cumplan en éste 2013, paz, armonía, felicidad, vida, salud y amor para todos Ustedes!

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina