La incursión texana a Piedras Negras

De Solares y Resolanas

En octubre de 1855 Piedras Negras y Zaragoza, Coahuila fueron escenario de otro enfrentamiento entre mexicanos y texano-norteamericanos, que se atrevieron a cruzar la línea divisoria entre las dos naciones y los dos estados. Esa ocasión, los texanos entraron a México para perseguir y castigar a los indios lipanes, a quienes acusaban de cometer fechorías y ultrajes en poblaciones del sur de Texas.

Cuando los lipanes llegaron a Piedras Negras, fueron recibidos por un coronel llamado Emilio Langber. Les dio buen trato y les ordenó trasladarse a Morelos, Coahuila. Les advirtió que México los defendería en esa ocasión y pidió se quedaran los guerreros más valientes para protegerles la retirada y apoyar a un contingente de mexicanos quienes detendrían el avance de los texanos que seguramente cruzarían el río Bravo. Los voluntarios texanos al mando de un capitán llamado Henry, salieron de Eagle Pass, aprovechando que en Piedras Negras no había los medios suficientes como para una efectiva defensa.

El 1 de octubre de 1855 el alcalde de Piedras Negras solicitó ayuda para enfrentar a una docena de texanos que habían pasado a suelo mexicano. Pronto se unieron vecinos de Morelos y de San Fernando de Rosas. Dos días después se habían juntado cerca de 200 hombres preparados para enfrentar a otro tanto de texanos que se habían reunido para apoyar a los doce combatientes. Cuando los texanos llegaron a San Fernando de Rosas con la intención de pasar la noche, fueron recibidos por una ráfaga de tiros que los mexicanos les dispararon. El enemigo inmediatamente repelió la emboscada, pero los vecinos ahí reunidos se lanzaron con más fuerza sobre ellos. Entonces los texanos decidieron huir por el rumbo del río Escondido y llegar hasta Piedras Negras. La fuerza mexicana los siguió con cautela aun y sin contar con municiones suficientes. Según la parte oficial, las estadísticas beneficiaban a los mexicanos: los texanos habían perdido 35 hombres y los mexicanos con cuatro muertos, de los cuales tres de Allende y uno de San Fernando más tres heridos.

Los mexicanos eligieron un sitio conocido como la Maroma para detener el avance de los invasores. El enfrentamiento de la Maroma comenzó el 3 de octubre como a las dos y media de la tarde y concluyó poco antes de obscurecer. Los mexicanos estaban al mando del teniente Manuel Menchaca. En la huida, los texanos debieron dejar algunos objetos y caballos que fueron recogidos por los mexicanos tomándolos como recompensa. Los invasores llegaron a Piedras Negras al día siguiente y acamparon cerca del Paso del Águila, amparados por el apoyo militar que habían conseguido del fuerte Duncan en Eagle Pass.

Los de Coahuila y los texanos estaban listos para batirse nuevamente pero no se atacaron. Cada bando esperó a que el otro tomara la iniciativa y así permanecieron cerca de 24 horas. Entre el grupo de defensores había ciudadanos prominentes y prósperos comerciantes de la región, como Miguel Patiño y Pablo Espinoza de Morelos, así como Evaristo Madero de Guerrero, Coahuila. Los texanos tomaron la iniciativa para llegar hasta el río Bravo. Con la intención de que no los siguieran, asaltaron y quemaron los principales comercios y residencias de Piedras Negras. Según testimonios de la época, dejaron en ruinas al poblado y se llevaron armas y una pieza inútil de artillería. Luego el comandante del fuerte Duncan reclamó las cuatro piezas que se habían quedado en Piedras Negras, mientras las autoridades civiles y militares de Piedras Negras hicieron un recuento de los daños causados por los texanos.

Inmediatamente el gobierno mexicano hizo las reclamaciones a los Estados Unidos, quejándose de que las incursiones texanas se daban con cierta regularidad. Por ejemplo, en el mes de agosto de 1855 un comisionado de San Antonio, Texas, solicitó la entrega de un grupo de esclavos negros que habían huido de las plantaciones de algodón. En tono amenazante los advirtió que entrarían a Piedras Negras para regresarlos a Texas. En consecuencia, la gente de los alrededores temía por otra invasión norteamericana. El gobierno de México reprochaba que los Estados Unidos, siendo una nación civilizada, no respetaran los acuerdos del Tratado de Guadalupe Hidalgo y que con cualquier pretexto ingresaran a un territorio que no les pertenecía. Ciertamente México culpó a los indios lipanes del problema binacional.

La frontera se fortificó gracias a la ayuda de algunos vecinos de Mier, Tamaulipas quienes enviaron pólvora y armamento para ser utilizados en contra de posibles incursiones. Por su parte, el gobierno de Nuevo León se quejó de que no había comunicación con Coahuila respecto a la solución de problemas comunes. Argumentaba que la defensa de los lipanes era contraria a las políticas de seguridad de la frontera. Mientras Nuevo León los perseguía, los de Coahuila los protegían. Por eso solicitaron ayuda al entonces presidente Juan Álvarez para que mandara gente capacitada, armamento y dinero para solucionar el problema, siempre y cuando no hubiera injerencia total y absoluta del centro del país. Las quejas llegaron hasta el secretario de estado de los Estados Unidos, W.L. Marcy, por los continuos ataques, incendios y persecuciones que hacían los norteamericanos a los pueblos de la frontera.

La heroica defensa de Piedras Negras y Zaragoza dejaron consecuencias y repercusiones. Al poco tiempo, Santiago Vidaurri se quedó con el control militar de la región y aprovechó la prosperidad comercial de Piedras Negras, convirtiéndose en el hombre más influyente del noreste mexicano cuando logró unir los dos estados en 1857. En este periodo se conformaron los primeros capitales que sirvieron para establecer industrias y casas comerciales en Monterrey. Coahuila quedó unida a Nuevo León y hasta se pensó en un proceso separatista conocido como la república de la Sierra Madre, la cual estaría conformada por Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Además que por Piedras Negras entraron recursos y materias primas como el algodón a cambio de armas y alimentos que beneficiaron al sur durante la guerra civil norteamericana.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina