Dr. Antonio Guerrero Aguilar

Entre revoluciones y mutilaciones territoriales

De Solares y Resolanas

Dr. Antonio Guerrero AguilarA decir del historiador José Iturriaga, al proclamarse la independencia de México en 1821, nuestro territorio sumaba casi cuatro millones de kilómetros cuadrados, de los cuales solo quedaron poco menos de dos millones. Nuestro territorio ha sufrido muchas mutilaciones territoriales. La primera ocurrió cuando las provincias que integraban la antigua Capitanía General de Guatemala se separaron de México en 1824, contando con el beneplácito hasta el propio congreso constituyente así lo aceptó. Solo el territorio de Chiapas decidió permanecer en México. La segunda mutilación territorial la sufrimos en 1836 cuando Texas declaró su independencia y se proclamó como república y la tercera en 1848 cuando se fijaron los límites en el río Bravo después de los Tratados de Guadalupe Hidalgo.

La cuarta mutilación territorial fue en diciembre de 1853, cuando Antonio López de Santa Anna vendió una franja de tierra conocida como de “La Mesilla” a los Estados Unidos por conducto de su ministro llenipotenciario, James Gadsden. La Mesilla era una parte de Chihuahua y Sonora que abarcaba poco más de 100 mil kilómetros cuadrados, equivalentes a la extensión sumada de los Estados de Veracruz, Tabasco y Morelos. Hubo un tiempo en que México limitaba al noroeste con Alaska, perteneciente a Rusia y con una porción correspondiente a Inglaterra, al norte y noreste, con los Estados Unidos y hacia al sur, con Panamá, en ese entonces perteneciente a la República de Colombia.

Aunque por definición, nuestra política exterior es pacifista, entre 1824 y 1872 México se vio envuelto cinco veces en guerras con otros países. La primera de ellas, ocurrida en junio de 1829, cuando España con el fin de recuperar su territorio, mandó la famosa expedición al mando de Isidro Barradas con 4 mil soldados. Gracias a las estrategias militares de Santa Anna y de Manuel Mier y Terán, nuestro agresor fue vencido y Barradas firmó un convenio en el cual se comprometía a no atentar otra vez contra de México. La independencia de nuestro país fue reconocida por España hasta el 28 de diciembre de 1836.

Precisamente en ese año, los colonos norteamericanos de Texas, comandados por los Austin y Samuel Houston se separaron del estado de Coahuila y de México. Texas argumentó que ellos habían hecho un pacto con una república federal y no con una centralista y por que no querían estar sujetos a las autoridades de Coahuila pues nunca les permitieron convertirse en estados.

En esa guerra contra los colonos texanos, las tropas de Santa Anna acabaron por ser derrotadas en un lugar conocido como San Jacinto. Hecho prisionero éste por Samuel Houston, lo lleva hasta la ciudad de Washington. Santa Anna se entrevistó el 18 de enero de 1837 con el presidente Jackson, quién le dio a escoger dos opciones: aceptar la separación de Texas o ser fusilado. Obviamente que temiendo por su vida, decidió por la primera opción. Obviamente que el congreso mexicano rechazó la aprobación del documento, signado por Santa Anna.

Dos años después tuvimos un problema con Francia, cuando se dio un bloqueo naval a Veracruz y a otros puertos de dicha entidad por la armada naval del rey de Francia, Luis Felipe de Orleans. Venían en 22 barcos con más de 5 mil hombres. El bloqueo se extendió a Tamaulipas y culminó con encuentros sangrientos, desde el 30 de diciembre de 1838 hasta el 9 de marzo de 1839. El pretexto del invasor francés consistió en que nuestro país se negaba a pagar los prejuicios causados en 17 años de luchas fratricidas a diversos industriales y comerciantes franceses, entre los cuáles habían unos pasteleros, razón por la cual a éste episodio se le conoce como la Guerra de los Pasteles.

En una batalla librada el 5 de diciembre de 1838 contra los franceses, Santa Anna perdió un dedo de la mano derecha y su pierna izquierda, Desde entonces y por esa pierna mutilada, a Santa Anna se le apodaba el 15 uñas. Cuando en realidad tenía 14.

La cuarta guerra sostenida por México con una potencia extranjera, la empezaron en mayo de 1846 los Estados Unidos, gobernados entonces por James Polk quien buscaba ampliar su territorio a costa del nuestro. Para ello comenzó una guerra y una invasión que concluyó después de firmados los tratados en la Villa de Guadalupe el 2 de febrero de 1848. Y se cree que nos fue bien, pues en realidad los norteamericanos venían para hacerse del todo el territorio nacional

Después de la Guerra de Tres años, entre 1857 y 1859, padecimos otra invasión por parte de Francia, cuando Napoleón III, asociado con Leopoldo I de Bélgica y a Francisco José de Habsburgo, quienes acordaron mandar a su hermano Maximiliano para gobernarnos. En realidad quería deshacerse de él porque le estorbaba políticamente, tal vez porque se decía que el heredero directo al trono y porque tenía ideas más liberales que las suyas.

La invasión francesa duró cinco años, entre 1862 y 1867. Durante la ocupación europea se dieron encuentros sangrientos y crueles guerras de guerrillas entre franceses, belgas, austriacos e italianos quienes integraban el ejército invasor y sostuvieron contra mexicanos en nuestro suelo. Pero la balanza se dio del lado juarista, cuando gracias al valor de las tropas liberales, aunada a la ayuda diplomática prestada por el presidente Lincoln hicieron posible el triunfo de la República de Juárez sobre el Imperio de Maximiliano en julio de 1867. Desde fines del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX, sufrimos invasiones de parte de nuestros vecinos norteamericanos; unas de ellas con el pretexto de perseguir a los indios bárbaros y otras durante la revolución mexicana.

Ahora se pierden islas porque alguien las vendió y no se dieron cuenta de ello. Otras porque las desaparecieron misteriosamente del mapa. A veces porque todavía hay países que necesitan vivir del pasado colonial y quieren tener territorios ultramarino. Lo cierto es que aun perdemos territorio, parte esencial para la conformación del proyecto de nación que queremos ser y conformar.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina