En un proceso eleccionario (ni con la Presidencia de los EUA en juego) considerado histórico por la participación de un candidato de raza negra y una mujer como integrante de una de las fórmulas contendientes, el resultado final corroboró lo que las encuestas previas señalaban.
En un proceso eleccionario (ni con la Presidencia de los EUA en juego) considerado histórico por la participación de un candidato de raza negra y una mujer como integrante de una de las fórmulas contendientes, el resultado final corroboró lo que las encuestas previas señalaban.
Así las cosas, por primera vez en la historia, la Casa Blanca será ocupada por un hombre de color que requerirá de algo más que su carisma y facilidad de palabra para enderezar el rumbo de su país.
Aunque la democracia estadounidense es considerada como ejemplar, y el resultado de esta elección contribuye o refuerza dicha percepción, allá también se da el juego sucio en las campañas (ésta no fue la excepción) y se echa mano de artimañas para influir en el resultado final, como se dice que ocurrió en el 2000, cuando los votos del Estado de Florida, casualmente gobernado en ese entonces por un hermano de George Bush, fueron los que inclinaron la balanza a favor de éste.
Aún así, igual que se hizo aquel año, también el ahora candidato derrotado salió inmediatamente a reconocer la victoria de su contrincante dejando el camino despejado para lo que vendrá después.
Contrastando con lo que ocurre en Estados Unidos, en nuestro país es difícil que los candidatos derrotados acepten el resultado de inmediato y agotan todas las instancias legales, e incluso de otro tipo, para tratar de revertirlo.
Y no hablamos sólo de elecciones constitucionales, pues dicha situación también se ve en procesos internos organizados por los partidos políticos para designar a sus dirigentes o a sus candidatos a puestos de elección popular.
Así las cosas ¿qué otra cosa puede esperarse cuando ni entre los mismos pueden ponerse de acuerdo o batallan para hacerlo?
