Prólogo de El Alazapa Indomable

El Alazapa Indomable

Johannes Brahms confesó una vez que la mitad de sus melodías estaban copiadas del canto de los pájaros de la selva alemana; Beethoven, por su parte, encontraba, en plena tempestad, caminando entre relámpagos y rayos la motivación para satisfacer sus desesperados instintos de inmortalidad.

A los pintores la naturaleza les ha dado siempre modelos, imágenes, ángulos y perspectivas de originalidad suprema, sin embargo, yo me pregunto y me respondo a la vez: ¿No serán los tiempos actuales los que talento, creatividad y otras virtudes por delante sean la inspiración de este ensayo?

Toda proporción guardada, la historia tiende a repetirse y sería muy doloroso sufrir las inconveniencias de nuestros primitivos ancestros, llamados despectivamente por sus hermanos de raza de la mesa central y sur del país como “Chichimecas”.

Valientes a más no poder y calificados como fieros por sus conquistadores, los aguerridos Alazapas, defendiendo lo suyo, finalmente fueron sometidos, y en una forma cruel y despiadada, exterminados.

A nosotros, desunidos, pasivos, algo similar nos doblegaría fácil; ellos mantuvieron la maldad al margen 190 años.

Suspicacias, suposiciones o, moralejas aparte, lo recomendable es leer esta obra escrita por un hombre que se decidió en buena hora, no solo a soñar, sino, a perseguir su sueño y atraparlo, utilizando como señuelo a personajes contemporáneos reales, lugares que guardan un pasado digno de ser recordado y un abanico de vastos conocimientos.

Por un apasionado a la lectura, eficaz observador del devenir social, cultural y político de México, un conocedor de la historia nacional y regional; un escritor honorable en el manejo del idioma, un ser humano de nobles sentimientos, de los que saben interpretar las emociones ajenas en el plano mas elevado, percibiendo las preocupaciones del otro y responder a ello.

Es el maestro Santos Noé Rodríguez Garza un faro de luz en esta obscuridad material que nos arropa, autor de esta obra que vendrá a enriquecer nuestro acervo cultural.

Ramón Ábrego Vázquez