En todos los países con sus deferentes idiomas, en todos los pueblos con sus distintas costumbres, en todos los lugares con sus variadas creencias, en todos los sitios se recuerda en esta época, el nacimiento de quien daba siempre.
De aquel que hacía oír a los sordos, hacía ver a los ciegos, conducía al redil a los extraviados, curaba a los leprosos, daba de beber a los sedientos, clamaba el hambre de los que carecían de pan, daba consuelo a los desamparados, daba conocimiento a los ignorantes. ¡El daba siempre! Él era dación perpetua. ¿Y nosotros qué podemos dar? Si siempre decimos: No tengo, no hay, me falta, no completo, quizás mañana, vuelva otro día; sin reconocer que tenemos lo más valioso de la vida, que es nuestra existencia y con ella podemos dar: Un saludo, un abrazo, un beso, una moneda, una lata vacía, el periódico que ya leímos, un mendrugo de pan, es más, tan siquiera una sonrisa.
Debemos dar sin esperar que nos den, debemos dar por el hecho en sí mismo de dar. Demos y dejemos de quejarnos. Había un hombre que se quejaba porque no tenía zapatos, dejó de hacerlo cuando encontró a otro que no tenía pies.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.
