¿No te gustan los pellejitos?

Humor

Allá por los sesentas se establecieron en Monterrey las primeras rosticerías.

Había dos: el Tai Shan, que estaba por Calzada Madero, antes de llegar a Bernardo Reyes si va uno hacia el Hospital Civil, donde ahora está el Cabrito al Pastor, y la otra, cuyo nombre no recuerdo, ubicada por Washington, esquina con Pino Suárez, donde ahora se halla una Michoacana, donde venden aguas frescas.

Era un gusto ver los pollos dorarse lentamente, girando en el rosticero mientras el propietario los rociaba con algo como achiote, seguramente, pues era un jugo de color rojo, usando una brocha de ixtle. Poco a poco iban adquiriendo el color rojizo característico, variando a café, al irse dorando más y más.

Los dueños siempre eran muy atentos con el público: "Tan mu lico lo pollo, mu lico", decía entre sonrisas zalameras e inclinaciones de cabeza. También era un show verlo desprenderlos uno a uno de la barra de acero en que estaban ensartados, y ponerlos para mantenerlos calientes, sobre la plataforma del aparato rostizador, llena de la grasa que constantemente goteaba mientras se iban cociendo los pollos, Su olor era delicioso, y para la vista era un anticipo de suculento banquete.

Mi hermano Jorge y su esposa, Nely, clientes asiduos de cuanta taquería y restaurante se hallan en Monterrey, acudieron en cierta ocasión a la rosticería de Pino Suárez y Washington, acompañados de Juan Garza y su esposa Perla. Lo más rico del pollo eran los pellejitos, doraditos y crujientes, rojizos y sabrosos. Nely, según la costumbre de reservarse para lo último lo más delicioso, iba apartando los pellejitos y los colocaba a un lado del plato.

Por su parte, Juan, un comilón de primera, disfrutaba su pollo y le echaba un ojo, el único que tenía, el pobre, a los pellejitos que Nely iba juntando pacientemente. De pronto, y sin decir agua va, dio el manotazo sobre ellos, al tiempo que exclamaba con su vozarrón: "¿No te gustan los pellejitos, Nely?" Y en un mismo movimiento se los echó a la boca sin dar tiempo a mi cuñada para reclamar nada.

La frase se quedó grabada y vuelve a la memoria cuando de comer algo sabroso se trata y se advierte cierto remilgo en alguno de los comensales.

(2 de marzo de 2006).