El discurso de Samuel Scott sobre el 5 de Mayo en 1885

De Solares y Resolanas

Hace 150 años, la armas nacionales se cubrieron de gloria. La gesta heroica del 5 de mayo, es considerada por muchos, como la fecha que consagra nuestra independencia nacional. Por ello, muchos municipios de México se dedicaron a exaltar tan maravilloso día: el día en que los mexicanos por fin se sobrepusieron a su destino y vencieron al ejército francés. En 1885, se pronunciaron tres discursos, uno de ellos lo consigno, con la intención de reconocer a su autor y a la loable labor del municipio de Santa Catarina, que al igual que muchos de nuestros pueblos, se dispuso a celebrar tan magno día.

“Siempre respetando y haciendo cumplir las órdenes y leyes que nuestros antepasados legaron a nuestros buenos gobernantes que han sabido interpretar el espíritu de aquellas sabias disposiciones o ya en el campo de batalla donde han coronado sus frentes con laureles de inmerecible gloria.

Oradores insignes creados para cantar aquellos triunfos a las generaciones a fin de que aquellos triunfos a las generaciones a fin de que aquellos vean en el libro de nuestra historia con caracteres de fuego, una página más y con éste sepan tributar a amor a su patria tantas veces regada con la sangre de nuestros hermanos y puedan con orgullo enseñar a sus hijos las glorias de los que supieron conquistarlas. Día de imperecederos recuerdos para los mexicanos.

Y donde por desgracia nuestra, aquellas felices disposiciones que torrentes de sangre costaron a nuestros mayores, van perdiendo en la actualidad toda la sabiduría que nuestros constituyentes supieron recoger cuando una nueva y poderosa borrasca vino a despertarnos del debilitado sueño en que yacíamos. El soldado francés que supo medir su fuerza en tantas batallas y salir siempre victorioso, asoma a las puertas de la gran Tenochtitlán y ve un cielo purísimo ¡Pero qué desconsuelo!

No cicatrizaban aun las hondas heridas de las revueltas políticas que el partido liberal sostenía contra algunos hipócritas y descreídos hermanos que soñaban y sueñan con un mesías prometido que ha de venir a levantar el fantasma de la monarquía destruyendo las ideas de libertad y de progreso cuando otra catástrofe viene a coronar la obra de aquellos.

Sin recursos y sin que ninguna acción amiga le tendiese la diestra para sostenerse, se encontraba nuestra República fatigada, descarriada y casi seguirá a su cumbre. Pero como el pensamiento de libertad es el ideal de todos los pueblos civilizados, nuestro ejército desfallecido y fatigado se rehace nuevamente y espera que se caiga la nueva tormenta que lo amenaza con impasible serenidad. Solo el patriotismo por describirlo así, alentaba a aquellos buenos liberales que nunca dudaron del triunfo de una causa justa.

Tal era la situación en que se hallaba nuestra adorada patria, cuando los aliados se presentaron en las aguas del Golfo de México con las tres mejores escuedras que la Europa tenía para derrocar a nuestro gobierno, según lo habían acordado los gobiernos de Inglaterra, Francia y España por medio de sus ministros representados en el célebre Tratado de Londres.

Aparecen por fin en las playas de Veracruz y conociendo la perfidia y viles proyectos del verdugo de Francia, puestos en evidencia por nuestros Ministros D. Manuel Doblado, vuelven los ejércitos ingleses y españoles sobre sus pasos, dejando solo al ejército francés. El general Laurencez resuelto a llevar a cabo las órdenes que había recibido para destruir el gobierno nacional y establecer en México una monarquía se prepara para la lucha.

Con la seguridad del triunfo marcha sobre la capital. ¡Pero cruel desconsuelo!, ¡Terrible desengaño! El caudillo del pueblo, el ínclito Zaragoza, jefe del Ejército Mexicano, después de dar una ruda lección a los invasores el 28 de abril de 1862, se encontraba en la ciudad de Puebla con un puñado de valientes mal armados donde se había retirado a esperar al osado invasor.

El dorado sol del día 5 de Mayo tendió sus rayos sobre el espléndido paisaje que rodea a la ciudad de los Angeles. Toma sus posesiones el Ejército francés y nuestras tropas dejando trincheras forman la batalla al frente del enemigo. El general Laurencez desprende sus columnas de ataque, comprende el valiente fronterizo el plan de la batalla y manda reforzar los puentes amenazados. Fuertes columnas atacan el cerro de Guadalupe y otros no menos respetables avanzan sobre la línea formada por nuestros valientes reclutas. Trábase el combate y óyese tan solo el estallido del cañón y el desgarrado gemido del moribundo.

La bandera de Iguala flanquea sobre los fuertes de Loreto y Guadalupe, cubriendo con sombras protectoras a los defensores del derecho. Por todas partes siembra la desolación y la matanza el proyectil francés y el mejicano (sic) entona himnos de gloria a la diosa libertad. Pasan tres horas y solo se divisa allá a lo lejos el polvo que anuncia el desastre del invasor. Un grito se escucha: ¡Viva la República!, ¡Viva el general Zaragoza!. Grito de júbilo.

Los músicos militares tocaban dianas y nuestro ejército se sentía entusiasmado. El francés audaz no cree en su derrota y vuelve de nuevo a la carga. Una vez y otra es derrotado por los valientes mexicanos que con la conciencia de su deber marcha con la frente erguida en pos del conquistado que había soñado con los laureles del triunfo y solo encontró la vergüenza de la derrota.

Y así debía ser conciudadanos, por que los esclavos que defienden el capricho de un déspota jamás podrán vencer a los que pelean por su soberanía e independencia. Concluida la revolución, entramos a una época de paz y trabajo, la industria y las artes así como el comercio comenzaron de nuevo a tomar poco a poco su fuerza. No cabe duda alguna que podremos ser felices y tal vez mañana amenazada por medio de la competencia o la guerra por naciones extranjeras”.

Me da tristeza que los mexicanos que nos antecedieron, fueron más respetuosos y conscientes de tan importante fecha. Hoy en Nuevo León, a 150 años, esta significativa victoria, pasó desapercibida. Es lamentable la omisión hacia los héroes que ofrendaron su vida por la patria.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina