A la memoria del benemérito Ignacio Zaragoza Seguín

De Solares y Resolanas

Ignacio Zaragoza Seguín nació en la Bahía del Espíritu Santo, Texas, el 24 de marzo de 1829. Fue el segundo hijo de Miguel Zaragoza y María de Jesús Seguín. A los cinco años fue llevado por su familia a Matamoros, en donde permaneció hasta 1844, cuando la familia se trasladó a Monterrey. Zaragoza fue inscrito en el Seminario de Monterrey en donde solo permaneció dos años, cuando se dio cuenta que no tenía vocación sacerdotal. Entonces se dedicó a trabajar en un comercio propiedad de Felipe Sepúlveda. En 1846 intentó participar como combatiente en contra de la invasión norteamericano pero no se lo permitieron.

En 1852 Ignacio Zaragoza se inscribió en el Batallón de la Guardia Nacional con el grado de capitán. En 1855 apoyó al Plan Restaurador de la Libertad promovido por Vidaurri, quien al frente de un destacado grupo de militares, alcanzaron triunfos signficativos en contra de los santanistas y entre los cuales destacan Mariano Escobedo, Juan Zuazua, Julián Quiroga y Silvestre Aramberri. El 23 de julio de 1855 combatió en Saltillo a las fuerzas de Francisco Guitián y por los méritos en campaña fue ascendido a coronel.

Participó activamente en la guerra de los Tres Años o de Reforma y por ello alcanzó el grado de general en 1860. Benito Juárez lo nombró ministro de guerra en 1861, pero dejó la cartera para hacerse cargo del Ejército de Oriente y detener el avance de las tropas francesas. Una parte de su tropa combatió a los franceses en las cumbres de Acultzingo el 27 de abril de 1862, mientras Zaragoza se preparaba para enfrentar a las tropas de Lorencez el 5 de mayo y detener el paso de los invasores desde los fuertes de Loreto y Guadalupe. Después de una batalla que duró poco más de ocho horas, se levantó con la victoria, obligando retroceder a los franceses hasta Orizaba y Veracruz.

Fue cuando su secretario Lázaro Garza Ayala redactó la célebre parte oficial: “las armas nacionales se han cubierto de Gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con torpeza". Aunque también existe la versión de que en realidad, Miguel Blanco y Múzquiz, entonces ministro de guerra, fue quien redactó la célebre frase. Este triunfo hizo renacer el espíritu cívico y patriótico nacional, tan decaídos después de los dolorosos tratados de Guadalupe Hidalgo. Lamentablemente Zaragoza no pudo continuar con la campaña militar, pues cayó enfermo por fiebre tifoidea. El cronista de Hidalgo, Nuevo León, me cuenta que en realidad murió de tristeza porque perdió a su bella esposa en la flor de su vida. Como sea, Zaragoza cerró sus ojos hacia la eternidad en Puebla el 8 de septiembre de 1862.

Sus restos fueron escoltados con todas las pompas fúnebres propias de su hidalguía por el general Mariano Escobedo y llevados al panteón de San Fernando y depositados en un monumento especial. En sus exequias se escucharon sentidos discursos de parte de José María Iglesia y Guillermo Prieto. Tres días después, Benito Juárez dispuso que Zaragoza fuera declarado Benemérito de la Patria en Grado Heroico. Su nombre fue inscrito en letras de oro en el recinto del Honorable Congreso de la Unión y el 18 de noviembre de 1868, el Congreso de Coahuila acordó que ésta entidad llevara el nombre de Coahuila de Zaragoza.

En el centenario de la célebra Batalla de Puebla, sus restos fueron exhumados para colocarlos en un monumento especial. El ilustre historiador coahuilense Federico Berrueto Ramón sintetiza la vida y obra de Zaragoza en tan significativas líneas: “En todos sus hechos marcará su itinerario sin sombras. Sencillo, severo, rectílineo, fiel a sus principios, reflexivo y sereno; intrépido hasta la temeridad; hostil al halago, a la soberbia, a las genuflexiones y a las ruindades. Murió en pie de guerra como convenía a la hidalguía de su nombre. Sin aras y sin dioses, sin capitulaciones ante el deber, sin manchas deshonrosas y sin hurtarle el cuerpo a las duras campañas; se marchó de la vida con las manos limpias de ventajas personales, cuando México veía en él su más legítima esperanza. Se desplomó desde el zenit; murió a la hora justa; no quedará tiempo sino para la gloria”.

Ignacio Zaragoza, un patriota, un mexicano de bien y un héroe que ofrendó su vida por la patria.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina