Anecdotario de don Eugenio

De Solares y Resolanas

Existen en la memoria de quienes trataron a don Eugenio a lo largo de su vida, una serie de relatos que nos hablan sobre la vida íntima y privada. Esta información, ciertamente se concentra más en la vida de la persona y no en la del empresario o benefector. Pero es muy valiosa porque nos permite conocer la parte humana de nuestro personaje.

Cuentan que una vez, Rogelio Villarreal Garza, originario de Sabinas Hidalgo, quien después llegó a la alcaldía de San Nicolás de los Garza y en ese entonces estudiante de derecho en la Universidad de Nuevo León, llegó con su vehículo a la colonia Obispado, para buscar la casa del Lic. Raúl Rangel Frías, que era en ese tiempo el gobernador del Estado, pero se le descompuso su carro a fuera de una casa en donde un jardinero estaba podando unas plantas. El jardinero se le acerca y le ofrece su ayuda pues le dijo tener conocimientos de mecánica. Le pregunta que anda haciendo en ese lugar, por lo que Rogelio Villarreal le dice que busca al gobernador para pedirle ayuda económica, pues necesitaban comprar libros para la biblioteca de la escuela.

Quien llegara a ser alcalde de San Nicolás y diputado federal le sentenció al jardinero: “para que los hijos de los trabajadores como tú y que no tengan los recursos para estudiar, tengan libros suficientes para hacerlo“. Entonces el jardinero le sugirió que fuera a la cervecería. Rogelio le dijo con asombro: “Y usted cree que ellos nos quieran ayudar“. A lo que el jardinero le dijo que fuera a hablar con el Lic. Ricardo González Quijano. Cuando el jardinero terminó de revisar el vehículo, Rogelio Villarreal le ofreció unas monedas que el jardinero se rechazó.

Tenga, para que se eche una cerveza” replicó Rogelio Villarreal. El jardinero terminó por aceptar la propina. Al día siguiente, Rogelio pasó por la cervecería y decidió llegar. Al fin y al cabo no perdía nada. Grande fue el asombro al ver que gradualmente todas las puertas se le iban abriendo sin dificultad. Cuando estuvo con el abogado, apenas le iba a explicar su proyecto, cuando le dijo: “Don Eugenio me dio éste cheque para Usted“. Rogelio sin saber realmente lo que pasaba, le dijo que el no conocía a don Eugenio, a lo que el Lic. González Quijano le contestó: “Me dijo que ayer le ayudó a reparar su vehículo“.

Era muy meticuloso y estricto en las cosas que hacía. Por ejemplo, en la escuela que patrocinaba la cervecería, don Eugenio personalmente iba y les entregaba las calificaciones a los niños. O también cuando se dio cuenta de que el hijo del jardinero de su casa llevaba buenas calificaciones, le ofreció una beca para que estudiara en el Tec de Monterrey.

Era un celoso guardián de la puntualidad, porque consideraba primordial el respeto del tiempo a los demás. Salía puntualmente todos los días a las ocho de la mañana de su casa en la colonia Obispado con rumbo a la cervecería, excepto los lunes que los dedicaba al tecnológico para ver los problemas y los avances de la institución. Se dice que una vez llegó al Tec de Monterrey y el guardia no lo dejó entrar porque no lo reconoció y además no traía identificación. Entonces un alto funcionario de la institución se dio cuenta y reprendió al vigilante. Cuando don Eugenio supo, pidió que reinstalaran en su puesto al guardián, pues se requerían personas como él.

No le gustaban las personas que para todo le decían si. Siempre tenía tiempo para quienes acudían a verle. Si alguien iba a buscarlo para pedirle ayuda, inmediatamente decía, en qué podía servirle. Amante de los libros, de la mecánica, de la electrónica y del billar, con quien jugaba todos los lunes con un grupo de amigos.

Cuando llegaba a la casa, decía que al quitarse el sombrero, los problemas de la empresa se quedaban en el trabajo. No le gustaba tomarse fotos y tocaba el piano con la familia, especialmente gustaba de acompañar en el canto a sus hijas. Fue dueño de la quinta El Aguacatal en Santa Catarina a donde acudía los sábados y los domingos. En esa huerta había naranjos, nogales, aguacatales y también muchas flores, especialmente las rosas que le gustaban mucho.

Tenía temor viajar en aviones. Por eso siempre cuando le preguntaban, a cuánto está Chicago de Monterrey, decía: “como a tres jaiboles“. Regularmente los viajes que hacía a la ciudad de México eran en tren.

Como verán, estos relatos nos refieren la grandeza de un hombre que pensó que el bienestar de la sociedad, reside en la felicidad, el cuidado, la atención y el respeto de la persona. Urge revalorar el ejemplo que Eugenio Garza Sada dio a la ciudad de Monterrey. Especialmente en éste tiempo que comienzan a proliferar los paros técnicos y los reajustes en las empresas. En tiempos más difíciles que los nuestros, los empresarios del Grupo Monterrey aprovecharon la problemática de la segunda guerra mundial y de la crisis de la posguerra, para apuntalar a Monterrey como la ciudad industrial de México.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina