La estancia de Manuel Payno en el norte de Nuevo León

De Solares y Resolanas

Aprovechando la generosidad de Sabinas Hidalgo .net, decidí mandar a sus lectores, uno de mis artículos predilectos que hablan sobre la presencia del escritor Manuel Payno en el norte del estado y en especial en la tierra de Ustedes, que es la de Sabinas Hidalgo, tierra a la que quiero mucho, por sus habitantes tan distinguidos y participativos en la historia regional. Ya lo dice el refrán: “para gente fina la de Sabinas”.

Sin duda alguna, Manuel Payno es una de las figuras más representativas del siglo XIX mexicano. Sus características humanas y literarias lo convierten en un personaje polifacético, pues a lo largo de su vida fue un destacado militar, un viajero consumado, político traicionado, funcionario del gobierno federal, diplomático al igual que historiador, escritor y novelista costumbrista. Sus obras y escritos sin duda alguna dieron lustre a las letras mexicanas del periodo decimonónico. Además de ser actor y testigo de los principales movimientos decisivos en la historia nacional, como la separación texana en 1836, la invasión norteamericana entre 1846 y 1848, la Guerra de Reforma ocurrida en el trienio de 1857 y 1859, así como parte esencial en el juarismo y en el porfiriato.

Manuel Payno apenas contaba con 19 años de edad cuando fue enviado para trabajar junto con Guillermo Prieto, (por cierto, otro personaje que también sintetiza los ideales y conflictos de su época), para trabajar como empleados en la Aduana de Matamoros. En éste puerto fronterizo tuvo su contacto con el noreste mexicano, en el cual prácticamente inició su carrera literaria.

Con el presente estudio, pretendo rescatar las principales descripciones que Manuel Payno hizo con la mirada y perspectiva del viajero. Pero sobre todo, ampliar el contexto histórico que le tocó vivir durante su estancia en las llamadas “Villas del Norte” y en los presidios situados en la parte septentrional de Nuevo León y de Coahuila, además de su estancia en la Ciudad de Monterrey.

Precisamente se conocen como “Villas del Norte” a los pueblos que José de Escandón estableció a orillas del Río Bravo a mediados del siglo XVIII como parte del Reino del Nuevo Santander. Comprenden actualmente toda la franja fronteriza de Tamaulipas en sus municipalidades de Reynosa, Camargo, Mier, Revilla (actual Guerrero Viejo) y Laredo, Texas que en ese entonces pertenecía a México. Estos puntos fueron de vital importancia para sostener la soberanía de la colonia novo hispana durante la época colonial. Posteriormente a esas villas se le añadió Matamoros, que se dice fue establecido por vecinos de Reynosa, cuando se asentaron en la región después de que encalló una embarcación en sus playas. Por razones estratégicas, esa porción territorial, estuvo muy conectada con poblaciones tanto del norte de Nuevo León así como del llamado distrito del Río Grande de Coahuila.

Matamoros fue declarado puerto con una oficina aduanal y gracias a ello tuvo un crecimiento económico a partir de 1836. Como ya señaló anteriormente, ahí llegaron como meritorios Manuel Payno y Guillermo Prieto.

Conviene recalcar que la obra de Manuel Payno es muy importante para conocer la vida y las costumbres del siglo XIX. Especialmente por su peculiar forma de narrar, escribir. La imagen testimonial que Manuel Payno elaboró sobre el noreste mexicano, es su primer aporte significativo a las letras mexicanas. Por ello es conveniente hacer una revisión sistemática de su legado, para así reconstruir el perfil cultural de nuestra región en la primera mitad del siglo XIX.

La vida y obra de Manuel Payno

Manuel Payno nació el 28 de febrero de 1820 en la Ciudad de México. Fue hijo de José Manuel Payno y Bustamante y de María Josefa Cruzado. Su padre era primo hermano del General Anastasio Bustamante. (1) Puedo afirmar sin temor a equivocarme, que nuestro biografiado es uno de los escritores mexicanos que más vivió intensamente el siglo XIX. Entre los distintos cargos que ocupó, fue meritorio en la Aduana de México en 1834, diputado al Congreso de la Unión, diplomático, Ministro de Hacienda en dos ocasiones, Senador y Presidente de la Cámara Alta, catedrático de historia de México en la Escuela Nacional Preparatoria, conspirador en el Plan de Ayutla y participante en el golpe de estado a Ignacio Comonfort con el Plan de Tacubaya, liberal moderado, simpatizante de Maximiliano de Habsburgo y posteriormente patriota con la causa republicana en los primeros años de la presidencia del General Porfirio Díaz. (2)

Autor de una buena cantidad de obras literarias e históricas entre las cuales sobresalen Los bandidos de Río Frío, considerados por muchos estudiosos de la literatura mexicana, el estudio costumbrista más amplio que existe en la literatura mexicana, El Fistol del Diablo, El hombre de la situación, El libro Rojo entre otras obras más. Murió en 1894 ostentando el puesto de Senador de la República durante la presidencia de Porfirio Díaz. (3)

Como ya se ha dicho, entre 1837 y 1844 radicó en la Ciudad de Matamoros, Tamaulipas. Ahí trabajó como empleado aduanal, luego como contador en la misma dependencia y en 1840 como secretario particular de Mariano Arista en el Ejército del Norte, que tenía precisamente su cuartel general en ese puerto fronterizo, llegando a alcanzar el grado de teniente coronel. Desde 1838 empezó a contribuir con narraciones cortas para varios periódicos, revistas y publicaciones situadas en la Ciudad de México. En pocas palabras, puedo afirmar sin temor a equivocarme que su vocación literaria se forjó en la frontera aledaña al Río Bravo o también conocido como el Grande del Norte.

En 1839 emprendió un viaje hacia el Presidio de Río Grande, actual Guerrero, Coahuila, por lo que conoció varios puntos Río Bravo: Reynosa, Camargo, Mier, Revilla (actual Guerrero Viejo) y Laredo que en ese entonces aún pertenecía a México. El escritor nos cuenta en sus crónicas, que sus impresiones de viaje fueron anotadas en su cartera y las enriqueció con entrevistas personales de los habitantes de la región. (4)

En uno de sus relatos, nos dice que llegó muy joven, montado en un alazán tan flaco como brioso, una espada tan larga como desafilada, unas pistolas de media vara de largo que habían pertenecido a su abuelo y una cabeza llena de pensamientos románticos. (5)

Luego de recorrer la ribera del Río Bravo, Payno se introdujo al entonces departamento de Nuevo León, con la intención de conocer la riqueza de una posible mina encontrada al norte de la entidad. (6) Pasó por un rancho llamado Los Cavazos, luego Sabinas, Boca de Leones (actual Villaldama) y luego por San Miguel de la Nueva Tlaxcala, para luego arribar a unas grutas en la Sierra del Carrizal y de ahí al Presidio y Misión de Nuestra Señora de los Dolores de la Punta de los Lampazos. Después llegó al pueblo de San Miguel de la Nueva Tlaxcala, actual Bustamante, Nuevo León en donde encontró a una población abatida por el ataque de los llamados indios bárbaros, que por cierto interrumpieron una boda en forma muy violenta. (7)

De igual forma conoció la Ciudad de Monterrey en donde permaneció poco tiempo y de la cual hizo una descripción muy poética que después abordaré para finalmente regresar a Matamoros. (8) También recopiló un episodio sobre el rapto de una jovencitas que hicieron los bárbaros en Higueras, Nuevo León; también se ocupó de la costumbre de cazar caballos salvajes; de cómo vivían los soldados de las compañías presidiales en el norte de México y del fusilamiento de Iturbide en 1824 y del suicidio de Manuel Mier y Terán en Padilla, Tamaulipas en 1832. Todas las narraciones fueron publicadas en el periódico El Siglo XIX y en el Museo Mexicano a partir de la década de 1840. Algunas de ellas aparecen en el libro Novelas Cortas, publicado por la editorial Porrúa en 1992 y la colección de las Obras Completas editadas por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en la década de los 90. Por consiguiente, éste escrito se basará en la interpretación y análisis de sus escritos y narraciones que Manuel Payno realizó entre 1837 y 1844 en torno a la realidad de la frontera mexicana.

Un acercamiento a la obra regional de Manuel Payno

En 1938, el historiador de origen texano Malcolm D. McLean defendió su tesis de maestría sobre el contenido literario del periódico El Siglo Diez y Nueve. En la preparación de dicho estudio encontró una serie de artículos relacionados a la historia del noreste de México, bajo el título “El Río Bravo del Norte”. Más tarde se dio cuenta de que la colección más completa se hallaba en la Biblioteca del Museo Británico de Londres, de modo que la Universidad de Texas mandó hacer unas micropelículas para su colección de la biblioteca especializada en asuntos latinoamericanos.

En 1963 la Universidad Católica de Texas compró unas copias positivas a la Universidad de Texas. La historiadora Dolores C. A. Kins tuvo acceso a ellas y con las cuales hizo una revisión de todas las crónicas que aparecieron en el Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, revista quincenal con temas culturales e históricos de México y que se publicaron entre el 15 de enero y el 15 de junio de 1970. (9)

Quien esto escribe, tuvo conocimiento de dichos artículos durante una estancia en el Archivo General de la Nación en el verano de 1991. Pero fue hasta el invierno de 1993 cuando conseguí unas fotocopias sobre la colección del Río Bravo, consultando la Biblioteca Nati Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin.

A fines de 1994 se hicieron unas mesas redondas en torno a la vida y obra de Manuel Payno en la Ciudad de México, con el fin de analizar sus aportes a las letras mexicanas, mismas que fueron consideradas en dichos eventos académicos como las más representativas del siglo XIX. Afortunadamente, la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes inició en 1996 la publicación de al menos siete tomos de las obras completas de Manuel Payno. En éste caso, la colección de los trece artículos del Río Bravo del Norte, publicados entre 1842 y 1844, aparecen en el tomo V de las obras completas de nuestro escritor estudiado, compiladas por Boris Rosen Jélomer.

Manuel Payno en Sabinas Hidalgo

Ya muy cansado de tanto andar, recordaba constantemente las noches que pasó a la intemperie viendo a las estrellas, de la soledad y abandono de los lugares por los que pasaba, de la cantidad de mosquitos que lo molestaban tanto de día como de noche, de los vientos que soplaban un aire que en lugar de refrescar, ocasionaban más calor, de los arrieros que veía pasar. Para hacerse la vida menos aburrida, continuamente recordaba las formas de vida de la Ciudad de México.

Del Presido del Río Grande, continuó su viaje a otro de los presidios más emblemáticos del norte de México: el Presidio de Nuestra Señora de los Dolores de la Punta de los Lampazos. Lugar al que por cierto, sirvió de joven el General Leonardo Márquez, el llamado “Tigre de Tacubaya”.

De Río Grande pasó a Laredo y de ahí para internarse en territorio de Nuevo León. Arribó a un rancho llamado Cavazos, lugar que se le hizo pintoresco por estar situado en un lugar alto y boscoso, en el que fue recibido por sus habitantes en forma muy amable. Lo invitaron a almorzar cuajada, leche y queso de cabra. Ahí conoció a una jovencita de nombre Petrita que lo invitó a pasar a su casa. Mientras ella bordaba una tela, Payno le cuestionó si era feliz en la frontera, a lo que ella de contestó que no, debido a los constantes albazos y ataques de los llamados indios bárbaros, que se llevaban los caballos y los corderitos que estaban en el corral.

Petrita le confió que ella nunca caería en manos de los bárbaros, porque siempre que bajaba por agua al río, llevaba consigo un cuchillo que usaría para quitarse la vida. Payno se despidió de Petrita, pidiéndole con ternura que se cuidara. A pocas horas de camino, llegó a Sabinas, Nuevo León, al que catalogó como un pequeño pueblo, pero frondoso y alegre que se dedicaba a agricultura. Al día siguiente, sin otra cosa más que pasar once veces por el río Sabinas, llegó a Boca de Leones, (actual Villaldama). De cual señala que no hay nada notable en el pueblo, excepto un convento de padres guadalupanos procedentes de Zacatecas.

Siguió su ruta al norte, para pasar por San Miguel de la Nueva Tlaxcala, en donde fue testigo de los males ocasionados por una de tantas incursiones de los llamados indios bárbaros. Luego recuerda que en ese lugar, otrora colonia de tlaxcaltecas, subsiste una pintoresca aldea a la que le pusieron el nombre de Bustamante, quejándose del nombre a pesar de que era su pariente.

El 6 de abril de 1843 llegó a un rancho al pie de una montaña llamada del Carrizal. Arribaron como a las dos de la tarde, cuando el administrador de la hacienda les ofreció una buena comida, a la que acompañó tomando agua del Carrizal, diciendo que ésta junto con el agua de la nieve derretida de los volcanes de México, era la más sabrosa que había probado en su vida.

El administrador contó a la comitiva que a poca distancia había unas grutas. Ni tardos ni perezosos se dirigieron hacia allá. Ahí vieron unas cavernas decoradas con formas caprichosas y un manantial que al estar dentro del agua, sintió que una pierna estaba en agua caliente y la otra en fría. Admirado, comparó su experiencia como única en su vida, al igual que cuando conoció el mar.

Salieron ya tarde de la gruta, llegando al rancho como a las 11 de la noche. Al día siguiente llegó al pueblo de Lampazos, que originalmente fue Misión y lugar de residencia de una compañía presidial que se organizó ahí en 1781 con cien hombres. En el lugar había un ojo de agua rodeado de árboles, una plaza con la mayor parte de las casas sin concluir, una calle formada por un lado por unas casitas bajas e incómodas y por el otro con unos sauces colocados a orilla de un escaso arroyo donde lavaban la ropa las mujeres. En el pueblo habitaba un capitán llamado Andrés de Sobrevilla, que mantenía con su peculio la compañía presidial.

Sintió en la población mucho calor, mucho aire, agua poco salobre y dañosa, alimentos escasos, carne de res abundante, incursiones de indios a cada momento, mujeres hoscas y encogidas aunque bonitas. Todo el entorno verdaderamente coincidía con la categoría de presidio.

Ahí escribió el doloroso recuerdo que tuvo en Tlaxcala, sobre las costumbres de los comanches y una que otra anécdota que le platicó un soldado presidial llamado José Juan Sánchez que acostumbraba llamar a la región como “desiertos y bosques salvajes, tierras vírgenes”. (sic) (22)

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina