El convento que se convirtió en símbolo de Nuevo León (1-2)

De Solares y Resolanas

Una vez Monterrey tuvo un convento edificado por los religiosos franciscanos al que consagraron como patrono al apóstol san Andrés. Gracias a fotografías, testimonios orales y planos ahora lo vemos enigmático y como si fuera algo irreal; como si se tratara de un fantasma cuya silenciosa historia termina con un trágico desenlace. Ahora lo tenemos en el escudo heráldico de Nuevo León. Un símbolo que representaba el esfuerzo evangelizador y civilizador de los primeros pobladores. Un emisario del pasado que fue aplastado en abril de 1914 por el ansia de progreso, de modernidad y desarrollo. Hace cien años fue destruido del paisaje pero su recuerdo prevalece.

En 1602 los misioneros franciscanos fray Lorenzo González y fray Martín Altamirano comenzaron la construcción de un templo destinado a la evangelización y a la catequesis de los naturales de la región. Después de la inundación de 1611 los religiosos comenzaron a reconstruirlo tan cerca de los poderes religiosos y civiles de la ciudad. Ahí en las celdas conventuales los religiosos impartieron clases e igualmente atendieron las necesidades físicas como espirituales de los fieles que acudían, mientras en su nave y su atrio lo destinaron como panteón. Entonces fue templo, convento, escuela, hospital y lugar de descanso eterno de los primeros pobladores de la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey. También sirvió como fortaleza para defenderse de las incursiones de los llamados indios bárbaros. Sus fundadores lo dedicaron al apóstol San Andrés y gradualmente lo ampliaban, lo reconstruían y añadían elementos y rasgos arquitectónicos de acuerdo a las necesidades de la época. Gracias a una viga existente en el Museo del Obispado, sabemos que fue concluido en 1753.

Por descripciones de la época, sabemos que tenía una longitud de cuarenta varas (33.44 m), de latitud más de nueve (7.52 m) y de altitud diez varas (8.36 m). Con una fachada sobria e impresionante: sobre el arco primero de la principal puerta del templo, salía a la derecha una cornisa sobre la que descansa en su medio la ventana del coro curiosamente labrada. A sus lados tiene la dicha ventana de su igual tamaño fabricados dos nichos bien pulidos y hermosos; en uno de ellos, el del lado derecho estaba la imagen de Santo Domingo de Guzmán, de bulto, de piedra cantería, de cuerpo entero, todo de una pieza. En el nicho del lado izquierdo la imagen de San Francisco. Sobre la ventana y los nichos salía otra cornisa (…) sobre la cual en medio de la ventana un nicho grande la imagen de San Andrés, titular de este convento, fabricada de la misma materia de piedra cantería, la que tiene su repisa, aún más pulida y curiosa que las otras dos.

De pronto ya no sirvió al culto religioso. Lo usaron como cuartel durante la ocupación norteamericana entre 1846 y 1848. Durante mucho tiempo estuvo abandonado y sus patios fueron utilizados lo mismo como canchas como corrales. En abril de 1914, hace cien años las tropas carrancistas ocuparon Monterrey y su comandante ordenó su demolición. El monumento colonial más importante y antiguo de Monterrey fue víctima de la destrucción. A partir de 1932, en esos terrenos edificaron luego el Círculo Mercantil de Monterrey. Su fachada principal quedaba en el cruce de las calles de Ocampo y Zaragoza de Monterrey.

Como se advierte, el templo dejó de ofrecer los servicios religiosos a mediados del siglo XIX. Luego las leyes de Reforma terminaron por quitarle su vocación original. No obstante las autoridades civiles como religiosas se preocuparon en darle buen uso al edificio. Por ejemplo aquí estuvo en sus inicios el honorable Colegio Civil. De pronto comenzaron las quejas en torno a su ubicación: la calle Zaragoza terminaba en el atrio y no faltó quien argumentara que sus terrenos podían servir para ampliar las áreas públicas. Otros pidieron que se hicieran canchas para practicar deportes. Unos vieron al monumento colonial más antiguo de Nuevo León como un signo de atraso y antigüedad que impedían el arranque industrial y comercial de Monterrey. El templo se hizo siguiendo la ordenanza de los votos característicos de la orden franciscana: pobreza, sencillez y fortaleza. Y si no era tan fastuoso, era lo único que teníamos representativo y propio de la fundación de Monterrey. Tan es así que en informes coloniales se hace referencia que su construcción se hizo a expensas de limosnas y aportaciones caritativas que llegaron de distintos puntos del Nuevo Reino de León y de la Nueva Vizcaya.

Siendo gobernador el general Bernardo Reyes se promovió la creación de una junta arqueófila en la cual figuraban empresarios y profesionales distinguidos de Monterrey que se preocuparon en darle mantenimiento y forma al templo de San Andrés. Incluso reconstruyeron las partes dañadas por la inundación de 1909. Pero en 1914, Antonio I. Villarreal y Jesús Garza Siller ordenaron su destrucción argumentando que el hermosamiento de la ciudad así lo exigía. Con la intención de construir en 1867 una penitenciaría en el lugar donde estaba el convento franciscano de San Andrés, le pidieron al entonces gobernador Jerónimo Treviño el permiso correspondiente para la destrucción del inmueble y también abrir la calle Zaragoza hasta el río Santa Catarina.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina